lunes, 29 de agosto de 2005

Hoy Lunes (Parte II)

Normalmente los lunes entro a las 9 de la mañana (tengo horarios muy cómodos y la suerte de que ninguno de los 5 días activos de la semana me toca entras a las 7 de la mañana, sólo a las 8 y 9), pero esta vez tuve que estar a las 7:00 para hablar con la Licenciada Silvia (me dijeron que venga tempranito), aunque ésta llegó cerca de las ocho de la mañana.

Entre cosa y cosa se me fue el tiempo platicando con mi mamá (que es como mi abogado), echando bromas con ella y...

Esto ya se ha dicho varias veces tanto por parte de personas como de biólogos, curiosos estilo Charles Darwing y en documentales: "Es tan incríble lo emocionante que resulta la naturaleza".

Cerca de la puerta donde tenía que entrar (estaba cerrado, no había nadie) y en la orilla de la barda vi una enorme telaraña activa: sostenida únicamente por un hilito de tela que se pegaba a la barda y otro igual de delgado que conectaba con el techo, esos eran los dos únicos soportes de aquella telaraña.

Su gobernante era una enorme araña, grande, con una cabeza negra y con pelos de color blanco en la cabeza, como canas (o aun peor: ¡puede que esos hayan sido sus ojos!), un cuerpo (la bola principal) mucho más grande: aproximadamente del tamaño de una canica chibola, toda aquella ruedota era una carne con pelos entre blancos y amarillentos. Sus patas eran delgadas, filosas y con las puntas de color rojo, no eran tan grandes a comparación de la araña.

En la telaraña había muchos zancudos pegados y muertos, seguramente se habían adherido ahí al volar y habían muerto, si no es que la araña los estaba dejando "para más al rato".

A simple vista sólo se veía una araña común y corriente, y yo me admiraba viendo aquella "monstruosidad".

Me imaginé, entre otras cosas, si yo fuera del tamaño de una mosca y estuviera pegado a su telaraña: enredado en unos hilos de seda viendo cómo aquella araña cinco veces más grande que yo se aproximaba a mí. Yo era un moises arrojado al río de seda envuelto en unos paños de seda, esperando a que la faraón viniera por mí, queriendo matarme al descubrir cuan primogénito era. Yo la veía acercarce más y más, viendo sus varios ojos mirándome: no era una mirada de asesino, ni una mirada aterradora y despiadada, sino una mirada sensible, de animalito tierno; más bien, varias miraditas de perrito, mas, lo más escalofriante de esto es que las miradas tan pasivas (y casi perdidas) nada tenían que ver con lo que me esperaba.

Yo estaba lleno de terror: a medida que la araña de aproximaba yo veía como sus patas provocaban temblor en toda la zona, tambaleando la telaraña al tiempo que su blanca melena de rockera se mecía sobre su frente. Más atrás de ella, se alzaba escudante la cúpula en la que me vería más tarde habitando: enorme, muy enorme (la mayor parte de la araña era pura chibolona) y peluda como la felpa. Pelos blancos y suaves, suaves como su mirada y su deleite al saber que se aproxima a una víctima que, a parte de indefensa e incapaz de safarse, le teme.

¡Piffff!, ¡Pffffffffffff!

La neblina cubrió mi mente y dejé de soñar: la araña estaba en el centro de su telaraña y yo queriendo subirme en un banquito para apreciarla mejor.

La observé con más cautela y me di cuenta de que mi sueño no fue del todo falso: yo me veía tal como me imaginaba, era la continuación de mi alucinación: la araña se encargaba de una mosquita que había capturado: la estaba desenvolviendo de la seda que la tenía aprisionada. Como paso siguiente la llevó con su par de patas delanteras hasta su hocico. Sus colmillos suplieron el trabajo de sus patas y ahora se le podía ver chupando aquella mosca.

Lei en un documental que había cierto tipo de arañas que eran ciegas. Podían tejer telarañas magistrales, pero la gracia era el ingerir alimentos: cuando una mosca se acuñaba a la enorme red de la muerte, la araña lo sentía, pues se emitía una vibración en toda la telaraña. La arañita usaba una de sus patas para agarras las cuerdas principales de su telaraña como arpas: las jalaba y luego las soltaba, a cada una de las vías que recorren un trecho desde el centro de la telaraña hasta los bordes. Por medio de la vibración que se sentía en cada cuerda la araña podía saber con exactitud las cordenadas en las que se situaba su mosca. Se aproximaba a ella y lo demás ya lo sabemos.

Recordé también que las arañas no engullen a sus víctimas, sino que las chupan hasta dejarlas secas.

Vi a esa colosal araña parada en sus seis patas mientras que con sus afilados y oblícuos colmillos prensada disponía de su manjar: la estaba chupe y chupe; aunque me costaba trabajo ver eso (estaba algo alta la telaraña y aun no salía completamente el sol) pude ver que quinientos milavos de la mosca estaban dentro de esa criatura siendo chupados.

No pude seguir apreciando aquel ritual tortuoso porque decidimos entrar: Silvia ya esperaba.

Continuará...

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