martes, 28 de junio de 2011

La Tortuguita

Mi madre asistió a el cumpleaños del hijo de una vecina esta sábado, solo asistió una media hora porque no era bueno para mi sobrinita estar en un ambiente tan "fuerte" por mucho tiempo.

Cuando volvió además de dulces, trajo un regalo que la anfitriona había dado a cada uno de los invitados: una tortuguita en una botella de refresco cortada, con un poquito de agua y piedras de colores, algo modesto pero con cierta medida de lujo.

El destino de cada una de esas tortugas estaba pautado bajo las siguientes instrucciones: darle un ser indefenso a personas que no pidieron la responsabilidad de criarlo y sin el conocimiento de cómo se debe cuidar.

Eran bebés las tortugas, pues su tamaño que apenas y cabía en la palma de mi mano, dejando espacio de sobra, hacía inconfundible su corta edad.


Mi madre puso la tortuga arriba de la lavadora; antes de dormir le cambié el agua y al día siguiente mi madre le dio unos pedacitos de tortilla para que comiera (al parecer lo hizo). Pasó la noche del domingo y el día lunes viva.

Hoy martes por la mañana escucho a mi madre sorprenderse por la tortuga, reprochándole a Canelita, mi perrita.

Más tarde me enteraría que durante la noche la tortuga habría comenzado a moverse de un lado a otro hasta que el pequeño pedazo de botella de 2 litros donde estaba contenida se deladeó hasta darle paso. La tortuga, que ni nombre tendría aún, había caído desde la enorme altura de la lavadora hasta el piso. Aún vivía.

Canela o Rufo la habrían visto extrañados (mi madre culpaba a Canela, pero la realidad es que pudo haber sido cualquiera de los dos). Los perros, que no sabían qué era eso, imagino que lo tomaron por un juguete, puesto que de pensar que era algo carnoso y comestible no hubiera durado ni 10 minutos.

En la mañana mi madre estaba buscando la tortuga, llamándola por "tortuguita, ¿dónde estás" se topó con que estaba en la tina en donde Canela duerme.

Tenía una fracción del cascarón roto. Vemos que los caparazones de las tortugas están compuestos de partes geométricas; pues una de ellas estaba por fuera. No sabría decir si fue algún perro, o la caída.

También había un poco de sangre, muy poco en realidad.

Aquello que vio mi madre ocurrió en la mañana, a las 7:30 u 8 quizá. Después, a las 11:30 aproximadamente, es decir, hace varios minutos, mi madre dijo que la iba a tirar. Yo le iba a sugerir algo, pero en su lugar dije "a ver..." y examiné la tortuga para ver qué le había pasado.

Además del pedazo de caparazón desprendido, mi madre me dijo que podría vivir así, pero no "con la tripita de fuera". Me volteó la tortuga y por la parte de abajo, saliéndole de un lado del caparazón, pude ver cómo un pequeña tripa de la tortuga salía de su cuerpo, era un tubo como una lombriz, pero más delgado, y hueco por supuesto.

Me entristecí un poco cuando vi la víscera saliendo. Había sangre alrededor. Ella dijo que hasta hace unos segundos que la agarró aún abría los ojos,

-pero ahora no.

Y me mostró. Vi el semblante de la tortuga con los ojos cerrados: era una rostro de tristeza mezclada con inocencia. Es como si la tortuga estuviera durmiendo despreocupada, pero con los ojos y la boca más caídos.

Mi madre dijo que ya no había nada que hacer, y se la dio a los perros para que se la comieran. Canela la olió pero no le prestó atención. Le dije que aún podía estar viva y podía seguir sufriendo, mi madre solo decía que ya estaba muerta.

Me quedé en mi sitio pensando unos momentos y luego tomé la decisión.

Entré a la casa y busqué un cuchillo que era corto pero afilado.

Mientras caminaba me decía en mi mente, con un tono frío, delatando lo que hacía, sin que eso me gustase:



Tomé el cuchillo y mientras lo sostenía con mi mano izquierda mirando su hoja pequeña y afilada mientras volvía, proseguía:



No quería hacerlo, me sentía mal con solo verme en dirección a acuchillar a ese pobre... bebé que era inocente de TODO aquello. Sin embargo sabía que era lo que tenía que hacer, que estaba mal dejándolo, sabiendo que aún podía estar vivo, y sintiendo un explicable dolor agudo en su cuerpo por horas, o días.

La recogí de la tina de Canela, donde la había puesto mi madre. Con la mano derecha la sostuve y con la izquierda empuñaba el cuchillo, seguía deseando con fuerzas ir a dejar el cuchillo y no tener que hacer nada. Respiraba por la nariz y la boca, con un ritmo más acelerado y un poco jadeante.

Puse el cuchillo arriba de la cabeza de la tortuga, que por cierto estaba sumida dentro del caparazón. Sencillamente clavé el cuchillo con todo el odio del mundo hacia adentro, experimentando coraje a la vez que sentía cómo la hoja se hundía en la carne de la tortuga. Lo pude sentir claramente: la carne era muy blanda, penetré varias vísceras en el camino, y la sangre brotó y se mezcló con todo por dentro. Nada de esto es una exageración o una dramatización, en realidad pude sentir todo eso. La navaja debió llegar hasta el centro del caparazón.

No hubo reacción en el semblante de la tortuga. Me dio gusto que fuera así.

Pero volví a hacerlo, pues tuve el temor de que, por circunstancias del destino, aún así siguiera viva, así que volví de nuevo, pero esta vez hice el corte por debajo de su cabeza, para que el cuchillo no pasara por el mismo lugar. Mientras hundía el cuchillo de nuevo decía en voz baja pero ardiente y con un tono cortante:

-¡Ya muérete!

Clavé dos veces por esa zona. Cerré los ojos por dos largos segundos, mientras pensaba en que yo no tenía problemas si me enteraba que moría un violador o un sicario, pero que pereciera "un inocente" era algo que llegaba hasta el fondo de mí.

Mientras hacía eso mi madre había llegado a verlo. Nunca me detuvo ni me dijo nada; entre su silencio total, ella también sabía que eso era lo correcto.

Después de que terminé, ella me la pidió. Colocó el cadáver en la palma de su mano y acarició el caparazón.

-Pobrecito...

Dijo con mucha lástima. Habló con el mismo dolor sobre la inocencia de la tortuga, diciendo que no merecía esto, que ella no había hecho nada.

Mientras tanto yo pensaba en el dilema de "¿quién es el culpable?". No había sido yo, los perros tampoco, mi madre tampoco.

Pensé en la idea de la anfitriona de la fiesta, la abuela del niño al que celebraban. En esa idea que tuvo de adquirir animales bebés y darlos como regalo a la gente, para que se maravillaran de recibir a las tortiguitas bebés y ver lo lindas que se veían en su contenedor, con poca agua, una ramita y piedritas de colores.

Veía a mi madre como le daba un besito largo y tierno al caparazón, en le cabeza de la tortuga, deslindada de todo asco; después lo seguía acariciando.

Decía que estaba buscándole otro lugar a la tortuga, que pensaba ponerla en una maceta que tiene colgando, la cuál me pareció un buen lugar para el animal. En fin, me contó sobre los planes que tenía, eran buenas ideas. Y de hecho, con anterioridad habíamos acordado que cuando la tortuga creciera, la llevaríamos con mi abuela Ana, ya que ella tiene un estanque a la sombra con agua y piedras donde tiene muchas tortugas, creo que de la misma especie, pero adultas todas (por eso desistimos de llevarla ya, porque es demasiado pequeña).

Esa tortuga iba a cambiar por un lugar mejor aquí en la casa y tenía un destino para cuando creciera. Todo quedó truncado por un... accidente, aunque la raíz de su desgracia fuera otra que caerse de la lavadora.

La dejé acariciando la tortuga y enjuagué el cuchillo, para que no se le secara la sangre o los líquidos allí.

No me siento mal, ni me siento culpable, ni un asesino por todo aquello, pero me entristece pensar en lo ocurrido, en la singularidad de la tortuga, a la que solo puedo decirle:

¡Adios!



Imágenes:

http://puertotriunfo-antioquia.gov.co/apc-aa-files/37653763626461356639373739646239/Tortuguita.JPG
http://www.elrincondelascuatropatas.com/wp-content/uploads/2008/01/tortuga-de-agua.jpg