miércoles, 21 de febrero de 2007

Rosa Miriam (segunda parte)

[Comenzado a escribir el 21/02/07 : 07:51 PM]

Leer: Rosa Miriam (primera parte)

Si la primera parte de toda esta historia fuera repartida en masa a los espectadores, me pregunto cuántos serán los que se dieron cuenta que inicié el relato de una forma alegre, rápida, vivaz, y pretendiendo demostrar cosas que en realidad no ocurrieron.

"Hoy definitivamente hay muchos impulsos que me mueven a escribir".

Aquellos impulsos no eran la tristeza ni el abatimiento, sino la alegría y la emoción. Me encontraba alegre porque recordaba a Rosa y no sentía nada; por el contrario, deseaba relatar lo feliz que me sentía de que todo ello hubiera pasado, pero lo que comenzó con una historia basada en sentimientos estimulantes, terminó en mí bañado en lágrimas contando el dolor que sentí por ella.

La fecha en que comenzamos a ser amigos con derecho no la recuerdo, pero fue un acuerdo que hicimos por chat. Comenzamos a andar el miércoles 17 de mayo del 2006 y terminamos el jueves 1° de junio del mismo año. Es extraño, pero recuerdo que aquel jueves caía en el 2 de junio. El año pasado llegué a consultarlo unas 2 o 3 veces y vi claramente que aquel día caía el 2 de junio; debió ser todo un espejismo, pues ahora consulto los datos del archivo Rosa.txt y veo "Creado: Sábado, 03 de Junio de 2006, 01:23:59 p.m." (la hora debió ser la hora en que terminé de escribirlo, porque comencé como a las 9:00 de la mañana.

En la siguiente semana seguí haciendo algunos intentos por sacar a flote la situación. Eran ya los últimos días de clases y estábamos por salir a unas largas vacaciones de final de semestre.

Anteriormente lo había intentado hacer: la notaba tan distante, "tan cerca y a la vez tan lejos": saber que era mi novia y que íbamos en el mismo salón, pero darme cuenta que casi siempre estaba con sus amigos de otros grupos, platicando con ellos y muy pocas veces al día me daba un tiempo que generalmente era vano y crudo; casi siempre sentía yo indiferencia y frialdad de su parte, muy poco interés, salvo por las veces en que estábamos en el parque. En la carta que le mandé lo describo muy bien: habían días en que sólo teníamos contacto una o dos veces y el punto de apoyo para ello era yo.

Es aquí donde entra un punto clave: La razón por la que pasé de "querer mucho" a enamorarme de Rosa fue porque ella era la única que sabía cómo hacerme sentir bien: la forma en que me trataba, en que me hablaba y me besaba me hacían sentir el mejor ser humano del planeta, logró hacer que olvidara mi pasado y dejara de pensar en mi futuro para dedicarme plenamente al presente, que era ella.

Es pues, que con aquella frialdad que mostraba entraba en convergencia un punto paradójico: ¿por qué la única mujer que sabe cómo ponerme de feliz y abatido, decide ser así conmigo? Era la única persona que siempre tenía una cajita de donde sacaba una sonrisa para que yo me la pusiera... y aleja su mano.

No entendía por qué hacía eso y por más que buscaba en el pasado inmediato (desde que inicié con ella) y sacaba conclusiones nunca di con nada.

Se me vino a la mente una idea para que ella comprendiera lo que se siente que única persona a quien admiras te trate como a un cero a la izquierda después de demostrarle lo que significas para ella; esa simple idea quizá fue la peor de las ideas, la más cruel y estúpida, o al menos así me hizo sentir ella después: dejarle de hablar por un día.

El primer día sin hablarle: fácil al principio, nadie se percataría ya que después de todo tengo derecho a, si lo quiero, permanecer callado unos minutos. Pero después pasó la primera hora, y la segunda, y la tercera, y ya estaba siendo cuestionado por mis amigos de por qué no le hablaba, y sólo me dedicaba a evadir las preguntas y alejarme, pues sería de lo más canalla estar conviviendo todos (quienes ya sabían que ella y yo éramos novios) y no hablarle, por eso debía mantenerme alejado.

Ella casi no me ponía atención porque tenía sus razones: no eran querer hacerme sufrir, como yo a ella, sino que... así era: no era de las chavas que gustaba de pasar pegada al novio a cada instante, ella antes me decía que no le gustaba sentirse hostigada por algún novio (me lo dijo cuando aún no lo éramos, ni nos gustábamos) y yo en aquel entonces acepté su argumento, aunque no pensaba que se fuera a sentir así; ella también quería platicar con otros de sus amigos y darse un tiempo para ella... y yo también, es por ello que no entiendo 'por qué me sentí tan alejado' (creo que estoy diciendo palabras clave) y ahora parece que lo entiendo: sospecho que el problema era yo.

Sin embargo estos pensamientos no cruzaban mi mente, sólo tenía una idea, un plan macabro, digno de una mente retorcida, reprimida e incapaz de quererse y hacerse valer a sí misma: le dejo de hablar un día, seguramente se sentirá mal, abatida (o quizá no lo note) y al siguiente le diré por qué lo dejé de hacer; creo que de antemano sabía que ella se iba a extrañar mucho e incluso se iba a sentir, lo que pasa es que no concebí ni concibo que ella hubiera pasado aquel día desapercibido.

Ella pasaba y yo no le hablaba, pero yo sentía el peso de mis acciones: me sentía culpable, como el peor de los seres, ¡deseaba TANTO hablarle! Y ella cada vez se mostraba más extrañada, no comprendía ni imaginaba por qué este recluido mental no le hablaba a su propia pareja, a la que supuestamente quería tanto.

Cuando salimos y fuimos todos al parque platicábamos todos, fue fácil seguir con mi plan ahí puesto que las respuestas y diálogos que daba yo iban dirigidos a todos, NO a ella. Después los demás se alejaron, fuéronse a una tienda que está cruzando la calle y yo me quedé sentado. Se sentó al lado mío en la banca se acercó a mí a preguntarme que por qué no le hablaba, que qué le había hecho pero no le respondí, ni la volteé a ver más que cuando ella insistía y con su mano giraba mi cara hacia sus ojos (hermosos, siempre he pensado que sus ojos son muy hermosos); después con un tono como queriéndome mimar me dijo que la perdonara, que era una tonta, una estúpida y todo lo que yo quisiera (a pesar de que yo seguía sin hablarle y mucho menos sin contarle). Me besaba pero yo no movía los labios: me sentía como un monstruo y, por más decidido a no hablarle por más que me pesare, disfrutaba sus besos, que en ese entonces era un receso para mí, una tregua entre mis decisiones y yo.

Tenía dos opciones: ser como siempre soy y otorgarle mi perdón, aguantarme (como de costumbre) las ganas de decir lo que sentía y estallar para decir "...lo siento... es mi culpa, el tonto soy yo. Te quiero". De haber dicho lo anterior y comportádome así, puedo asegurarles a todos que mi vida no sería la que es ahora, yo no sería tal como soy en estos momentos, ni estaría pensando lo mismo que estoy pensando ahora, tampoco sabría lo que sé, no estuviera a esta hora despierto y no estaría escribiendo en este blog. Sería otra persona totalmente distinta, viviendo otra realidad paralela, pero alejada de esta.

Me dije: "¿qué?, ¿otra vez vas a renunciar?, ¿otra vez vas a postergar tus propósitos por la debilidad de tu voluntad?, ¿de nuevo con decisiones evanescentes?".

Al día siguiente fue igual: la traté con indiferencia pero esta vez aclarándome: "Este es el último día. Le diré después del receso", y es que confiaba tanto en ella que aposté el todo por el todo a que me comprendería y las cosas serían distintas. A mí me dolía mucho no hablarle pero pensaba en lo mejor que podría ser nuestra relación después de que ambos comprendiéramos el dolor que representaba para nosotros el no estar el uno junto a otro.

Y es que... justo el día anterior en que comenzó mi tarea de no hablarle, justo ese maldito día, ella hizo una apuesta con nuestros amigos del parque (otros tres de quien no hablaré porque ciertamente no fuimos ella y yo la única historia de amor), una literal apuesta, pues nadie ganaba nada. Ellos le aseguraron que ella no podía pasar un solo día sin hablarme ni estar conmigo y ella dijo que sí, con tal que antes del receso me habló para preguntarme sobre por qué yo no le hablaba a ella, que qué me pasaba, por qué era así. Otro compañero que, aunque no era de los que iban al parque siempre, era y es hasta ahora uno de los amigos que más estimo, le sonrió maliciosamente y le dijo "¡ahí está!, ¡perdiste!, ¡lo sabía!" y ambos se rieron, pero luego ella cambió su sonrisa por una mirada más que seria, de preocupación por saber lo que me ocurría, pero estaba iniciando el primer día y no podía desistir cuando apenas comenzaba.

¡Y la vida! El Universo se propuso un diabólico plan: ella se sintió muy mal, muy mareada y débil y fue ahí donde le demostré a mi grupo de amigos lo muy no-le-pienso-hablar que fui aquella vez. Mientras todos estaban con ella fuera del salón (ella sentada) yo estaba dentro en mi silla donde siempre me sentaba, con aquella maldita cara de criminal, de imbécil, porque me sentía tan mal conmigo mismo mientras me decía: "¡Diablos!, ¡DIABLOS! ¡Diablos, diablos, diablos!, no puede estar ella muriéndose por dentro y perdiendo el alma para que luego llegue yo y diga: 'oye, te dejé de hablar para que veas lo que se siente'".

Poco recuerdo de lo que ocurriría después, pero casi a la hora de la salida me veía yo en las escaleras con mi amigo, hablando de lo sucedido, mas yo apenas y podía hablar de lo deprimido que estaba. De repente ellas aparecen de la otra parte de las escaleras (nosotros estábamos en el grupo de escaleras que estaban más arriba, mientras que para ir al otro grupo había que doblar tantito, como se acostumbra en las escaleras de las escuelas); ella y su amiga venían subiendo, y es que su amiga, además de acompañarla, velaba por que Rosa no se cayera; cuando doblaron en las escaleras y nos vieron frenaron el paso pero del asombro, no esperaban vernos, Rosa apenas y volteó a no-verme, pero sí por donde estaban mis piés. Siguieron caminando lentamente hasta que pasaron las dos junto a mí. Me sentía tan estúpido, imbécil e idiota protagonizando una escena en la que la mujer que amaba tanto pasara junto a mí sin cruzar ninguno palabras ni miradas.

Ella terminó por irse a su casa acompañada de un primo suyo.

Mi amigo y yo seguimos platicando sobre ello en las escaleras unos minutos más y logró animarme a que fuera y la acompañara yo, pero cuando fuimos al portón a ver si la veíamos ya no estaba. Seguí en las escaleras sentado con mi mochila negra sobre mis piernas, pasé la mayor parte del tiempo como durmiendo, con la cara posada en la mochila y brazos rodeándola. Hacía esfuerzos por contener mis lágrimas que detonaban bombas en mi estómago para salir. Por ratos se me humedecían los ojos pero podía restaurarlos; la cara fue lo que sí no pude cambiar y cualquiera que me conociese sabría que hay algo que me trae muy mal.

Al igual que el primer día, el segundo día en mi casa fue lo mismo: llegué de la escuela pretendiendo olvidar eso, pues no tenía caso pensar en ello mientras estuviera en mi casa: estaba mi familia, la hora de la comida y cena donde tenía que poner mi cara, eran demasiadas las horas que tendría que contener las lágrimas y permanecer ante una impotencia de no poder hacer nada, así que ponía algún juego estruendoso y de pantalla completa para distraerme, aunque no lo lograba enteramente: jugaba con el estómago revuelto.

Al día siguiente me levanté con mi respectivo estómago inflado de aire, me apuré a bañarme y arreglarme, salí disparado a agarrar el carro. Llegué a la escuela y al ver a la maestra y la actitud de los alumnos recordé que había un examen: "más fácil aún, ya no tengo que esperar 1 hora, el tiempo dependerá de mí". Lo minutos que tardó la maestra en acomodar las sillas y los alumnos fueron grandes tormentos, y cada 2 o 3 segundos yo me encontraba diciéndome a mis adentros con mucha rabia: "rrhmm!!! ¡dense prisa!... ¡por qué diablos no se apuran!... ¡¡MALDITA sea!!" hasta que nos dio el examen. Veía cómo hacían la operación de cambiarse, mover la silla, hablar, tan, tan lento que juraría que lo hacían en cámara rápida. Una chava llamada Analí le tocó sentarse en mi silla, con mi mochila, se oyeron varias provocaciones y gritos porque varios sabían que ella me gustaba (antes de Rosa), pero yo sólo veía la escena con impaciencia, filtrando el momento como si no ocurriese. Ya hablaré de Analí en su momento.

Yo comencé a responderlo, y no sé si fue porque las respuestas estaban muy fáciles o por mi prisa pero simplemente iba marcando las opciones (1 pregunta y 3 posibles respuestas): leía y marcaba, leía y marcaba, salvo en unas cuantas ocasiones (que fácilmente puedo contar con los dedos de mi mano derecha) en que me detenía tantito a pensar y luego subrayaba. Tardé si a caso unos 5 o máximo 10 minutos, haciendo un tiempo récord en ser el primero en terminar. Lo entregué y salí con una libreta al ritmo de una bala: rápido, preciso, recto y con una mente que no se acordaba de nada más que de su objetivo (más tarde me enteraría que de aquellas no sé cuántas preguntas (3, 4, 5, 6 páginas (no recuerdo el número) sólo fallé 3).

Tardé algo en buscarla hasta que la encontré con su amiga caminando y riéndose las dos, pregunté si podía hablar con Rosa un momento y nos fuimos a una banca que está por un cubículo de maestros, a la vista de pocos alumnos, pues casi nadie pasaba por ahí. Había solamente una banca de concreto moldeada y una silla vieja. Miriam se sentó en la silla y yo en la banca.

Había repasado el plan una y otra vez. Lo de la libreta me parecía ridículo: "¿qué clase de ser humano requiere de una libreta para hablar de algo serio con su pareja?" pero por más que repasaba y repasaba lo que pensaba hacer acababa llegando a la conclusión de que necesitaba la libreta, pues sentía necesidad de dibujos para expresar lo que sentía y transmitir lo que que quería decir y como lo quería decir. Creí que necesitaba de dibujos y así fue.

El plan lo repasé una y otra vez el día anterior. Yo soy una persona que a veces planea lo que va a hablar cuando va a dar un discurso, pero nunca nada de memorizar, y esta vez lo repasaba tantas veces que ya casi me estaba aprendiendo de memoria todo.

Ella estaba ya mirándome a los ojos y poniéndome toda su atención, yo acomodo la libreta mientras la oigo decir: 'sin la libreta, Darío'. En aquel entonces, estando tan enfocado en la escena, no comprendí lo que ahora entiendo: no importa cuántas armas forjes en tu vida para lidiar con tus problemas y tus némesis, si al final, cuando suben tú y tus enemigos al rin de batalla, la vida te dice "sin armas" y es cuando se ve de qué estás hecho.

Silenciosa y rápidamente cerré la libreta y comencé a hablar:

Ayer en la noche me imaginaba hablando con seguridad, mirándola a los ojos y haciéndola comprender todo lo que yo pasé, el núcleo de mi plan.

Hoy me vería diciendo tres palabras suavemente, después de aquellas pocas palabras sentí cómo mis ojos eran atacados por arietes para que mis lágrimas, ansiosas de libertad, pudieran salir. No quise ponerme a llorar apenas comenzara a hablar, así que tuve que detenerme, quedarme en silencio, suspirar fuerte, cerrar mis ojos y hacer esfuerzos sobrenaturales por contener mis ganas de llorar. Tanta soledad, tristeza y desesperación deseando salir de mí estropeaban todo lo que quería decir.

Después de suspirar dije otras ideas principales de una forma torpe y con la voz flaqueante, volví a cerrar los ojos, respirar profundo y contener mis lágrimas. Nuevamente hice otro intento y le dije otras cosas. Le pregunté que si había sentido feo que yo no le hablase:

-¿Qué sentiste exactamente? -cuestioné a minuciosamente, a modo de entrevista. Ella hizo una cara de "¿qué no?" y seguí con alguno que otro argumento dicho con debilidad.

Pausé mis palabras nuevamente y volví a cerrar los ojos, inhalé aire, suspiré, volví a respirar profundo y suspiré con desesperación y torpeza; nuevamente... nuevamente... hasta que no pude más: abrí los ojos y me encontré con su mirada, ya no tenía esfuerzos para continuar conteniendo mi dolor y me acerqué a ella, sentada frente a mí. De haber tenido fortaleza me hubiera parado y me hubiera acomodado cerca de ella a decirle todo, pero estaba tan abatido que apenas y me despegué de la banquita de concreto y caí de rodillas frente a ella mientras un torrente de lágrimas comenzaba a salir de mis ojos, nublando todo lo que veía. Le volví a hablar, pero mi voz era la digna de un enamorado que llora: más débil de lo que era antes, muy forzada, los dientes casi sin separarse a la hora de hablar y mis ojos apretados.

Fue en ese instante cuando mi alter ego se marchó, ausente hasta la fecha.

Me senté al lado de la silla donde estaba ella. Me dijo que le dijera qué era lo que pasaba y yo, entre lágrimas le respondía:

-Lo intento, pero no puedo... NO PUEDO.

-Dime, Darío, no me voy a enojar ni nada pero dime qué es lo que te pasa.

Le dije que no podía, que sí lo iba a hacer porque a eso iba, pero que por más que trataba no podía, dándole a entender que mis lágrimas bloqueaban algo más que mis ojos. Ella me tomó de las manos y las acariciaba, luego me dio un beso y sus labios probaban las lágrimas que estaban por mi boca.

Abrí mis ojos y me di cuenta que sobre sus ojos había unas lágrimas. No eran como las mías, ella sólo tenía los ojos cubiertos de lágrimas que los hacían temblar, pero no bañada de ellas. Le pregunté: -¿Qué tienes? -y me dijo: -Nada -de una forma simple, evadiendo la respuesta verdadera. En aquel entonces me pregunté ¿por qué llora? y hasta ahora desconozco el motivo exacto.

Comencé a llorar ya sobre ella, acompañado de sus besos que intentaban tranquilizarme y constantemente me preguntaba muy intrigado: "¿Pero por qué llora?", sentía sus besos, recordaba la forma segura en que me figuraba anoche que repasaba mi plan, sentía a mi alter ego abandonarme.

Pasado un considerable tiempo... bueno, no fue ni una hora supongo, pero en aquel entonces los minutos caminaban con botas aplastando la hierba. Le expliqué que no era mi intención, que no quería hacerlo y que nuevamente lo que menos deseaba era hacerlo, porque a mí también me dolía mucho, pero sin embargo debía hacerlo porque tenía razones para hacerlo. Fue algo de lo poco que le pude decir y repetir. Ella me dijo que iba a estar en el salón, que cuando me sintiera mejor fuera y le dijera bien las cosas, porque no entendía bien qué sucedía. Y así quedamos.

Cuando ella se fue me cambié cerca de ahí, pero ya no junto al cubículo (ahora que lo pienso me cuestiono sobre si había maestros callados poniendo atención a mis sollozos, si es que se escuchaban) sino atrás del edificio donde estaba, y donde nadie podía verme ni oírme. Me tranquilicé y pensaba en lo sucedido.

Mi alter ego comenzó a hablarme. Me dijo que era un tonto, un estúpido, no recuerdo exactamente sus palabras, pero no diferían mucho de algo como esto:

-Nuevamente lo has vuelto a hacer, has vuelto a fallar, a fracasar; ¡"ponerte a llorar"! En lugar de ver las cosas de frente y afrontar tus problemas acabas por acobardarte; si en realidad tuvieras valor le habrías dicho lo que piensas, como debe ser, en lugar de ponerte a lloriquearle. ¡Muy hombrecito trazando tus planea anoche!, ¡¿Para eso tu plan de no hablarle?!, ¡¿para eso la hiciste sufrir y extrañarse dos días?, ¿para darle como explicación unos lloriqueos?!

Y cosas de ese tipo, cargadas de furia y reproches. Yo sólo lo escuchaba y a veces le respondía que no era tan fácil. Aquella fue la última charla que tuve con él. Se esfumó con el argumento de que era tiempo de que me dejase solo con mis problemas, y es que más de una vez él me salvó resolviendo problemas que debieron concernirme a mí.

Me quedé reposando mi corazón durante otros minutos y decidí ir al salón.

Llegué aparentando ser normal, pero actuando de forma algo tonta. Ella estaba sentada en una silla casi hasta el fondo, platicando y dándome la espalda. No me animé a llegar y hablarle, esta vez no fue cobardía, sino prudencia: estaba platicando con su amiga y ni siquiera deseaba saber de qué.

Ese mismo día más tarde, mientras el grupo estaba en su mundo, nos reunimos ella y yo fuera del salón en un par de sillas que estaban en el pasillo. Cerca uno del otro, le comencé a explicar ya más calmado que quería que supiera por carne propia lo que yo sentía, porque me sentía solo, sin su presencia.

Y le dije casi en su totalidad lo que pensaba decirle anoche, pero de una forma más pasiva. Ella no comprendió mis motivos, se negó a aceptar esa verdad, me dijo que no tenía por qué haberlo hecho y yo, por más que traté de transmitirle la idea de que el dolor que sintió ella fue casi como el que yo sentí, terminé por recibir por respuesta un:

-Mira... Darío, yo estaba hablando con Sugey de esto y tenía pensado en cortarte, y ahora no sé qué hacer.

Me dijo que lo iba a pensar, que iba a pensar si darme otra oportunidad o no. Seguimos otras tres clases mientras yo la dejaba pensar; y mientras yo no dejaba de cavilar en todo lo que había sucedido volteaba por ratos a ella, viendo cómo reía, tan tranquila y parecía que nada hubiera pasado, cualquiera que la viera nunca sospecharía ni la más mínima cosa. Después de algunas clases salimos otra vez al mismo lugar y me dijo que ya lo había pensado y ya había tomado una decisión.

Dijo que me daría otra oportunidad, que las cosas volverían a ser como antes, pero si volvía a pasar algo como lo que pasó, ahora sí iba a terminarme definitivamente.

Yo asimilaba frase por frase lentamente: "¿otra oportunidad? ¿ella, que casi no me habla y no está conmigo, me va a dar otra oportunidad?"

"Las cosas volverán a ser como estaban" ¿Entonces todo el esfuerzo y dolor que pasé estas tres eternidades fueron en vano, los grandes esfuerzos que hice aguantando este dolor para ver si podía transmitírselo... fueron todos en vano?

Ese mismo día fuimos, como siempre, al parque y ella actuaba tan normal, cumpliendo al pie de la letra su promesa de que todo volvería a ser igual que antes. Sin embargo las escenas del día daban vuelta tras vuelta en mi cabeza, de hecho en cierto momento llegué a comentarle que por qué actuaba como si nada y ella me dijo, como sin darle importancia a mi pregunta ni su respuesta, que eso ya había quedado atrás, que para ella era como si nunca hubiese pasado y seguía riendo; nunca pude comprender esa forma de pensar.

Aquel día en mi casa me la pasé más tranquilamente, sin tanto caos en mi cabeza, pero pensando en lo sucedido.

Los siguientes días están más que narrados: fueron días en que los dos actuábamos de forma normal, con la diferencia de que yo fingía y ella no. Después llegaron aquellos días en que sólo recibía algunas palabras frías y sin sentido por parte de ella hasta que no pude más.

El día en que pensé más seriamente que nunca en terminarla decidí darle una oportunidad en el parque, aquel lugar donde siempre llegábamos a platicar con todos y platicar con nosotros. Veía cómo ni siquiera me volteaba a ver; me fui a sentar del otro lado de la banca para ver si, como siempre, se acercaba a mí y comenzábamos a platicar, a abrazarnos, a besarnos, a vernos... pero la seguía oyendo platicar con los demás.

Me paré y volteé; cuando ella volteó a verme le hice una seña para que viniera y levemente se lo dije, casi imperceptible a los oídos. Ella vino de una forma que se podía traducir en "hhhhmmmmm vamos a ver qué quieres pues" y llegó. Yo noté la forma desganada en que venía y le dije mientras se acercaba:

-No te preocupes, es algo corto -o "algo rápido", no recuerdo cuál de las dos fue.

Ella se acercó y me miró con una pequeña cara con sonrisa que se traía de la plática.

-Quiero terminar.

-Terminar... ¿qué?

"Como si no supiera", pensé.

-Nuestra relación.

Y, sin dejar aquella expresión que traía de estar platicando con los demás me dijo:

-Ah, bueno.

Y ambos nos fuimos a platicar con los demás, ella para seguir con su charla y yo para apartarme de estar solo.

En esos momentos, a diferencia de los demás, yo no tenía ni pizca de ganas de llorar y al parecer ella tampoco. Seguimos charlando con todos los demás por otro rato, con normalidad.

Después ella se fue a platicar con Sugey y noté lo que me confirmó Sugey por el Messenger horas más tarde.

Pero volviendo al parque, ambos actuábamos con tanta normalidad que no sé si Rosa estaba fingiendo como yo (apreciamos que no era su costumbre fingir) o si de verdad no le habría afectado. Yo puse mi mochila de almohada en la banca y me recosté como para dormir, pero no lo hice, ella por ratos me la quitaba para que quedara recostado sobre el concreto, pero yo fríamente volvía a conseguir la mochila y me la volvía a poner.

Cuando Rosa y Sugey se acercaron para despedirse porque ya se tenían que ir (estaban castigadas porque no recuerdo quién de las dos no le avisó a su tutor (madre o abuela) que iban a salir con nosotros). Rosa se despidió de mí como amigos, de beso en la mejilla.

Cuando le comenté a mi amigo mientras esperábamos el carro, muchos metros después, se sobresaltó y en el camión fuimos hablando de ello, yo explicándole mis razones y sus respuestas.

Pero cuando llegué a mi casa hizo efecto todo: comencé a ponerme deprimido, desesperado y a sentirme impotente, esperaba que se conectara en el Messenger y le explicara, pero estaba su amiga que por ratos me ponía "tonto", "eres un tonto", "tonto tonto tonto" y cosas como esas. Fue horrible todo aquel día y lo intenté socavar jugando juegos de pantalla completa.

Los primeros días después de ocurrido aquello la recordaba todo el tiempo, cada segundo, cada hora, cada momento; hacía todo lo posible por distraerme: llegaba de la escuela y me ponía a jugar en la computadora Medal of Honor, juego de guerra, estruendos y muerte, preferible a que lo que estaba viviendo, y Mario Kart o Mario 64: un universo habitado por un hombre que vive buscando, que entra en lugares maravillosos (me convencieron los gráficos) y no tiene que preocuparse del amor, pues a diferencia de mí él sí es amado por su princesa.

Me daba la noche jugando y, por su puesto, pensando en ella: yo veía la noche como el único momento de descansar de esta realidad y vaya que fue así, mas no los primeros días: llenos de malos presagios y días enteros en los que ni la luna me libraba de esa aflicción noctámbula.

No recuerdo el orden de los sueños, y casi tampoco su consistencia, y es que desistí de anotarlos en mi libreta de pesadillas porque no sentía el impulso, no sentía la corazonada de hacerlo, el único que recuerdo era uno en el que habían unos chicos jugando en una cancha de otra colonia, un niño piloteaba el avión con su mente y yo lo veía, el avión era uno real, con motor y todo, pero muy a escala, a la medida para un niño, entonces el avión caía y se iba a estrellar: el niño ya no tenía la suficiente fuerza mental para poder sostenerlo: no podía volar, y es que su mente se lo impedía; el avión fue cayendo y se estrelló contra el niño. Al ser un avión pequeño pero con motor y combustible, logró tumbar al niño al suelo. Y lo veía yo: el avión cubierto de llamas sobre el cadáver de aquel niño: "el peor accidente aéreo de todos los tiempos" diagnosticaba una radio en mi mente. Después yo estaba con Rosa sentado en un parque cerca de ahí, ambos estábamos platicando, yo le decía lo que sentía y ella me escuchaba, y justo cuando comenzaba a sentir su comprensión, desperté.

Esa fue la rutina de las siguientes menos de 7 noches: estaba con ella, y cuando estábamos apunto de sellar MI corazón, el despertador sonaba, o mi madre me levantaba, o se me espantaba el sueño, o me daba cuenta que estaba recostado en mi almohada.

El momento en que culminó todo fue un día en que por ciertas circunstancias estuvimos ella y yo en el centro de cómputo, sentados en la mesa en la que semanas atrás nos besamos con valor y deseo. Justo ahora que comencé a escribir este párrafo me doy cuenta que la situación de nosotros dos sentados es igual al sueño que describí en líneas ulteriores, pero lo que no recuerdo es qué evento ocurrió primero.

Ella estaba dispuesta a escucharme y yo le comencé a hacer preguntas sobre varias cosas que habían pasado para que se diera cuenta de lo que yo sentía.


[Miércoles 16 de Mayo de 2007]

Nuevamente tenía muchas cosas qué decirle, preguntarle y aclararle para que conociera mis motivos y la razón por la que hice todas y cada una de las cosas mencionadas en este capítulo y el anterior, pero apenas y hacía una pregunta mal-formulada, me ocurrió lo mismo que cuando quise recalcarle mis sentimientos por el cubículo de maestros: un par de argumentos tontos seguidos de un bloqueo en mi garganta que me hacía difícil la tarea de hablar, y es que mi garganta se apretaba tan fuerte que parecía dominada por un tercero. Sentí un torrente de sentimientos que querían salir por mis ojos, usando lágrimas como arietes para derribar toda barrera, al parecer mis palabras querían nadar por mis mejillas y decidieron adoptar otra forma.

No pude más y comencé a soltar lágrimas; esta vez no fue llanto, pues no quería repetir lo anterior y me contuve lo más que pude, mas aún así no podía evitar que las lágrimas saliesen una tras otra, dejándole a Rosa un hombre abatido, incapaz de controlarse y que quería tenerla de novia, todo sonando a que no la merecía. Me sentía tan mal, tan impotente de no poder decir nada, de no mantenerme en pie y angustiado al verme caído y vencido por mí mismo: pudieron más mis lágrimas que mis palabras, demostrándome la poca fuerza de voluntad para controlar mis emociones que tenía.

No pude decirle nada, duramos un cierto tiempo juntos en aquella silla, pero el cruce de palabras fue engullido y eclipsado por largos silencios entre los dos. Finalmente ella me dejó muy en claro que no quería más conmigo: deseaba irse ya de donde estábamos, se paró y me aclaraba palabras tras palabra que hasta ahí habían acabado las cosas, después me abrazó por la cintura (a lo que correspondí) y me dio un beso en la boca, diciéndome que me quería mucho; se dispuso a marcharse pero apreté un poco su cintura para retenerla, ella comenzaba a soltarse y estaba por usar sus manos para quitar las mías de su cintura, y yo, notando eso, decidí soltarla, pues no había más que hacer.

Vi con dolor cómo se alejaba hacia la puerta para salir y tomar su camino mientras yo, abatido, veía cómo todas mis esperanzas, mis planes, mis ilusiones, mi autoestima y mi mundo se alejaban poco a poco y sin mirar atrás.