martes, 19 de octubre de 2010

Tarántulas

Tal como lo advertí en Taratis:

Y lo que más me atemoriza y me frustra es que el matarla no fue un adiós, sino un...

...hasta pronto!


Como lo comenté en aquella entrada, cuando estuve luchando con aquella rival, hubo un tiempo en que rompí la primera regla que me habían inculcado mis padres sobre lidiar con alimañas y la perdí de vista. Pasé un largo tiempo buscándola sin resultados, y mientras ella se estaba paseando por el escritorio de mi equipo de cómputo, yo estaba chateando con una amiga y escribiendo la entrada en el blog, hasta después, cuando súbitamente apareció por el cable donde mi mouse se mete para cruzar por la parte de atrás y llegar donde está el gabinete.

Cuando charlamos, hasta la fecha mi amiga Samantha me pregunta a veces si no he tenido un encuentro como el de aquella vez, expresando los escalofríos que siente de solo pensarlo. Hoy recibió un sí como respuesta.

Era de noche; estoy escribiendo esto un tiempo después por muchos asuntos que tengo en la mente y porque creí que lo había terminado de escribir hasta que lo vi guardado como borrador, pero por la fecha deduzco que fue hace unos minutos, ya que marca las 00:34 am (pasada media noche) y el suceso sucedió avanzada la noche.

Escuché a mi perrita Canela ladrar y fui a ver a qué le ladraba, ya que era usual que ella ladre pero ya llevaba un tiempo ladrando al mismo ritmo y en el mismo lugar, pensé que quizá había sido otro perro o habría visto algo. Salí a ver y vi que le ladraba a la tierra, ya me imaginaba por dónde iba el asunto: algún alacrán o grillo u otro bicho; rápidamente abrí la puerta por si era rastrero y se escondía; era en la acera de en frente así que podía entrar a la casa durante la noche, sea lo que fuera.

Abrí el portón y me asomé; había sombras por la posición de la lámpara, de la perrita de la acera (porque por construcciones que hubo hace tiempo, hay tierra dura porque el césped debió ser cortado en alguna parte de mi infancia remota) y unas piedras sirviendo de apoyo a una plantita que estaba creciendo. Aún así logré ver unas patas gruesas que avanzaron cuando mi perrita siguió ladrando.

Me acerqué más para confirmar y allí estaba, postrada entre la parte de tierra y la línea amarilla que divide la acera de la calle. La perra siguió ladrando y la tarántula se movía. Sabía que había venido del otro lado, en el gran terreno montoso que hay cruzando la calle, e iba a entrar a mi casa en la noche. Lo más rápido que pude me metí y corrí hasta atrás de la casa por la tarpala.

No sé cuál sea el nombre oficial de ese objeto pero en México (o al menos en mi región al sur de Veracruz) llamamos "Tarpalas" a unos objetos que son como las palas ordinarias, pero mucho más grande, es como de mi estatura, así que debe estar entre los 170 y 180 centímetros. Lo que la hace tan alta es el mango: de madera hasta donde he visto, y doblemente grueso, la pala es más plana y más chica; su función no es acarrear alimentos, está pensado para hacer agujeros en la tierra.

Le dije a la perrita que se alejara y cuando lo hizo, que naturalmente no fue por haber entendido mi idioma, comencé a tirar tarpalazos lo más preciso que pude apuntando a aquel animal. Después de varios intentos fallidos logré darle a mi objetivo. De ahí fue fácil; una vez tras otra iba recibiendo las estacadas filosas de la tarpala hasta pasar de ser un animal oscuro y robusto a un trozo de carne sin vida. Lo sé, puede que me den algo de pavor las tarántulas, pero tampoco me agrada verlas muertas, pues sé que ellas no tienen ninguna culpa sobre nada.

Después de ello, la recogí con la tarpala como pude, puesto que la ubicación donde estaba hacía difícil maniobrar.

Una vez hecho eso, fui al otro lado de la calle, donde hay un gran terreno baldío con monte y la tiré. Mientras lo hacía pensaba en la situación, en muchas cosas en realidad pero ya no recuerdo cuáles exactamente. La arrojé tan lejos como mi habilidad con la tarpala me permitió y volví a la casa, pensando en la amenaza invisible que conforman las tarántulas, en lo expuesto que estaba y en el hecho de que tendría que aprender a vivir con ello, pues siempre estoy expuesto a que alguna camine por mis pies sin yo saberlo, en cualquier momento podría aparecer otra y lo último que podía hacer era vivir con un miedo permanente a ello.

Cuando estaba por entrar de nuevo a la casa y eché una última mirada atrás, producto del temor. No volteé por razones lógicas o racionales, sino por acciones basadas en la precaución, basada ésta en la incertidumbre que había adquirido.

Como me lo esperé: no vi nada; sin embargo, seguí observando, hacia el lado izquierdo de la calle, luego hacia el derecho: vacío absoluto. Prolongué mi inspección unos 3 o 5 segundos más hasta que divisé aquel, cómo llamarlo, "evento".

Una tarántula salía caminando del monte, iba cruzando la calle, la línea que seguía la llevaría hasta la casa de mis vecinos de la izquierda (bah, los únicos, porque a la derecha hay un callejón).

Quedé sorprendido por tal circunstancia. Sabía que debía actuar con la tarpala otra vez para matarla y regresarla al monte, pues nada podía garantizarme que aunque fuera rumbo a la casa de mis vecinos, no terminaría en la mía, ella o alguna de sus progenies; y si la regresaba al monte, tampoco tenía garantía de que otro día pudiera volver; incluso si le concedía la oportunidad de vivir, no podría agarrarla con la tarpala, ni con una pala o escoba, porque conocemos los movimientos de una tarántula e iba a hacer lo posible por huir, escurrirse y buscar estar alejada del peligro, más que volver al monte. Es decir, era imposible salvarla y era un hecho que yo tenía que matarla ya.

Fue algo que caló en mi filosofía rápidamente:

Sabemos, pues, que cuando alguien se topa de sorpresa con algún gusano (y más si les tiene miedo), vivirá atemorizado por unos días de encontrárselo de nuevo, y si no atemorizado, que ya es mucho pedir hasta para los fuertes, tendrá mucha precaución al respecto.

Lo mismo se da cuando uno es asaltado o golpeado: adopta cierta conducta agorafóbica y social en la que su cerebro ve potenciales peligros de asalto y golpes por todos lados, ven a la sociedad pública como una fuente de tales fechorías, cada rato, en cualquier lugar. En algunos se extiende por años, quizá, y en otros se supera en unos días, pero ahí está.

Hablamos de esas situaciones en que cierta experiencia nos deja con un mal sabor que desemboca en un miedo irracional. Sabemos que tal evento podría no ocurrir nunca (depende de lo civilizado del lugar, en realidad), el hecho es que tenemos una espina innecesaria punzándonos un tiempo.

Pero, ¿qué pasa cuando tus miedos, supuestamente racionales, se vuelven realidad? ¿Qué ocurre cuando, en mi caso, como científico que soy, sabía que todas mis tribulaciones sobre tarántulas y alacranes eran emociones internas basadas en sensaciones y procesos evolutivos, pero fundadas en algo quizá absurdo, y, sin embargo, se manifestaron?

Ya son muchas tarántulas a las que me he enfrentado. Creo... no recuerdo en realidad, pero creo que ya he dicho que en mi familia siempre soy yo quien ve a las alimañas rondando por la casa y advierte de su presencia, sobre todo de tarántulas y alacranes.

Quién me puede hablar de miedos irracionales e informarme que todo está dentro de mí y que no por haber visto una tarántula una vez signifique que las voy a estar viendo siempre.

Esta noche había visto a una y la había matado. Se supone que todo miedo e inquietud que comenzara a sentir serían fruto de una precaución primitiva por parte de mi cerebro, pero que debía superarlo ya.

Y de pronto se aparece otra más, como hice ver más arriba, tirando al suelo todo intento de consuelo, ridiculizándolo, quizá.

Sin embargo, el Destino es... impredecible.

Tal filosofía terminó en 2 segundos probablemente.

No habían pasado ni 3 segundos de verla y pensar todo eso cuando volteé ahora a la derecha, rumbo a la iglesia, y vi salir otra tarántula.

Había dejado ya de pensar en eso de los traumas para pasar directamente a maravillarme de lo peculiar que es el destino y las cosas de la vida. Claro que eso no suprimió mi estado de alerta.

Tenía a dos tarántulas avanzando, la primera rumbo a mis vecinos, si es que no doblaba, y la segunda, definitiva y llanamente, rumbo a mi casa.

Rápidamente volví a tomar la tarpala, como un hombre a punto de hacer "el trabajo sucio", me sentía más como un personaje que como el individuo que era hace unos minutos.

Para dar más datos sobre el escenario, diré que la noche era algo avanzada, así que ya no había nadie, vi a mis alrededores y estaba solo.

Con tarpala en mano y actitud decidida en mis ojos, acabé con la primera tarántula igual que con la anterior: haciendo varios intentos para dar el primer golpe, pues no es fácil atinar con el filo de una tarpala con mango como de 1.70 a un bichito que se movía medianamente rápido. Incluso después de golpearla no la terminé de liquidar, creo que le había dañado solo unas patas o algo así. Pero en el momento en que la pesqué seguí dándole unos golpes más y la dejé.

Después corrí rápidamente con la tarpala hacia donde estaba la otra, que se detenía un poco y avanzaba, la intercepté y la maté de igual manera.

Después de golpearlas, seguí dándole más golpes, pero no por coraje o por miedo, sino porque quería asegurarme de que estuviesen muertas, ya que aunque me encontraba "en acción", seguía consciente de que ellas no estaban involucradas en todo esto, ellas eran solo unos bichitos que seguían el curso natural de la vida. Cualquier atribución sentimental o de poder que yo les otorgara era solo eso: una concesión de mi parte.

Una vez muertas, las tomé con la tarpala y las fui a arrojar al mismo barranco donde la primera. No me acuerdo si juntas o una por una. Me metí un poco entre ese pasto medio crecido porque tenía que hacerlo, aunque ello me arriesgara a una nueva tarántula.

Terminé aquel trabajo que había realizado no sin algunas maldiciones, quejidos bestiales y algo de esa instintiva actitud de cavernícola lidiando con bestias en medio de la selva que todos llevamos dentro.

Me metí con la tarpala, creo que ya había metido a los perros para ese instante, pero no lo recuerdo, cerré la puerta; mi madre me preguntó que qué ocurría y no me acuerdo si le dije que "tarántulas" o que "nada.

En realidad estoy escribiendo esto algo tarde. La fecha en que ocurrió y cuando inicié las primeras líneas fue en la que indica el post: 19 de octubre del 2010, hoy es viernes 13 de mayo del 2011. Sí, la diferencia es abismal, por eso no pude recordar con claridad algunos detalles, pero puedo asegurar que casi la totalidad de lo que narro es fiel. Lo demás son solo detalles, como el orden en que maté a las tarántulas, o si había metido o no a mis perros, aunque creo que sí.

Llegué y se lo conté a mi amiga, quien quedó horrorizada. Porque curiosamente ese día, mientras charlábamos, se suscitó ese evento y le comenté lo que había ocurrido.

Y ya que he dicho que ha pasado mucho tiempo desde que comencé el relato hasta que hoy decidí terminarlo (casi todo el relato fue escribo hoy), diré también que no fueron las últimas apariciones.

En el lapso de tiempo que ha transcurrido, pero sin recordar fechas o si quiera aproximaciones exactas, diré que tuve otros 2 encuentros con tarántulas.

Ambas presencias fueron detectadas por mi madre, lo cuál me extrañó mucho. La primera no era una tarántula, debo mencionarlo, así que podemos quitarla, pero la menciono porque la araña era algo grande y espesa... pero sin ser tarántula.

La segunda también la vio ella, y ella la mató; es curioso que no la hubiera visto yo, quien siempre se percata de estos compañeros, porque estaba cerca de mi computadora. Yo me encontraba aquí en el escritorio de la Pc y mi madre me hizo un comentario, no recuerdo cuál, y luego vi al animal peludo y enorme amotinado por, no sé cómo decirlo, pero por ahí dobló la tarántula gigantesca que narré en el post de "Taratis" para pasar de mi cuarto al lugar donde tengo la compu, pero esta iba en sentido contrario, es decir... rumbo a mi cuarto! :-|

En fin, narrados esos episodios, no me pondré a hacer un melodrama cargado de filosofías sobre la vida y las tarántulas, y la inseguridad.

Es verdad que quedé con alguna clase de precaución, porque desde Taratis, suelo revisar seguido mi cuarto en busca de "alimañas", aunque en realidad es en busca de alguna tarántula que sería bueno percatar. Me asomo por mi cala, abajo del tocador, donde encontré a la grande, golpeo unas cajas que tengo para ver si escucho movimientos amedrentados, etc. Hay días en que no los hago, pero nunca pasa un tiempo largo sin que me vea de nuevo haciendo eso.

Y sí, hay que sobrevivir, no vivo con miedo. Ahora sigo en el mismo lugar; puede que me tope de pronto con otra tarántula, en cualquier momento de mi vida, en cualquier lugar de mi casa y, probablemente, en el momento en que MENOS espero que suceda, pero prometo que esa tarántula se encontrará con alguien que le dará batalla hasta la muerte, con su Cazador.