martes, 27 de septiembre de 2005

Tributo al semidios pagano del viento

Sentado frente a la computadora, con el ventilador a mi izquierda encendido en el máximo, y no soplaba tanto, pues viejo estaba. Hace mucha flojera, tanto tiempo recargado sobre la silla frente al monitor haciendo cosas tan pasajeras que de aquí y de allá pertenecen, me traen y me llevan.

Quiero alcanzar mi mochila para revisar mi cuadernillo de tareas y ver si por fin habrá llegado el día en que me decida a hacer una. Está algo lejos y tengo que estirarme para sujetarla; pierdo el equilibrio y, como ejecutivo que llega rendido a acostarse sobre su cama, caigo yo tranquilo y casi flotando sobre el piso.

¿Mi silla? Por ahí está; creo que mi desvarío ante el fulminante mosaico y mis actos reflejos que, uno a uno y como imágenes que pasan rápidamente como una caricatura que corre, fulminantes pasaron uno tras otro desfilando sobre mí, hicieron que alguna de mis extremidades la hiciera a un lado en un vano intento de apoyarme sobre ella.

Estoy acostado con mi cabeza a los pies del rey ventilador. Sin el ventilador yo tendría mucho calor y harta necesidad de tomar vaso tras vaso de agua e ir a mi cama por ratos a recostarme con el fin de conectar el que tengo en mi cuarto. A ese ventilador le debo el que esté siempre creyendo frescura en el ambiente mientras trabajo en mi prolongada jornada informática.

Casi le debo la vida al ventilador: casi y sólo casi. Creo que le debo alguna ofrenda.

Mis pensamientos están ociosos pero ese no es un pretexto para que no le otorgue un tributo a su servicio. Estoy sólo, así que no se oye ruido alguno que perturbe la existencia de la vida en unos 2 metros a la redonda partiendo de mí. En voz alta comiento a recitar:

"Paso número uno: prepararme mentalmente".

Y comienzo a cavilar sobre la antiquísima necesidad del ser humano de alterar el clima para adaptarlo a la temperatura estándar de su cuerpo. Pienso en los intentos que desde la prehistoria viene haciendo para refrescarse: un cavernícola que toma un retazo de la piel de algún mamut que hace algunos días habrá cazado para soplarse con él, o de un campesino bañándose en un río sucio, que es lo único que tiene a su alcance.

Pienso en los antecedentes del ventilador: los abanicos, las palmas de las manos que se agitan entorno a la cara o manipulan la tela de las camisas, así como también recuerdo el salir al aire libre para tomar aire fresco.

De igual forma me voy por el legado que dejará el ventilador para reemplazar su ausencia: un aire acondicionado cuya variación climática que puede producir en una instancia, manipulamos a nuestro entero gusto, dándonos frío o calor, respectivamente.

Pienso en el viejo ventilador que tengo cerca de mí, esperando una orden y acción mía para comenzar a marchar sin descanso, no sino hasta que yo le de la orden de que puede descansar.

Creo que ya estoy preparado mentalmente.

"Paso número dos: calentamiento".

Y muevo mi mano izquierda. Mis dedos toman posiciones y secuencias tanto variadas como monótonas cada una. Los muevo de arriba hacia abajo un tiempo, los flexiono, los pongo rígidos a toda consistencia y otros ejercicios aptos para dedos de mano derecha.

Suficiente, se pueden cansar.

"Paso número tres: tomar una posición concisa".

Estoy acostado de espaldas contra el suelo viendo hacia el cielo raso, el techo de concreto de mi casa que tiene la luz encendida debido al próximo oscurecimiento del cielo, provocado por la ausencia del sol en el entero mundo occidental, mientras que los noruegos concluyen su madrugada.

Me giro un poco hacia la izquierda... ¡vamos!, ¡yo sé que puedo! Vaya que es difícil.

Ya girado el torso completo y con cabeza apuntando a los pies del ventilador mirando sus cuatro extremidades de que depende la fijeza y firmeza del ventilador, accedo a leventar mi mano. Es un movimiento lento: ¡qué mano tan pesada! En la luna este problema de presión sanguínea que desciende de mi mano a mi hombro al cambiar de posición no estuviera desempeñando un papel pétreo en el proceso.

Lentamente la voy subiendo en un movimiento giratorio. La muñeca desiste y deja de emplear fuerza para imponerse en la elevación que necesito. No importa, todo el resto del brazo se apoya en mi hombro y asciende sin problemas, pero hay que forzar a la holgazana muñeca a que siga el paso, de otra manera iría adquiriendo malos hábitos... ¡se irguió!

Sube... sube...sube... y ahora es el brazo el que quiere desistir.

Una cosa es que la débil pero necesaria muñeca quiera permanecer en el suelo tirada como su propietario, y otra cosa es que sea el brazo el que no se quiera mover, pero eso no puede pasar así, la fuerza del brazo no me intimidará. Lo afronto, empleo todas mis fuerzas y mis ganas intelectuales anti apáticas. Lo logro levantar hasta que alcanza su cúspide colocado verticalmente a unos 90 grados con relación al suelo.

"Tercer paso: acomodar los llamados 'elementos últimos'".

Me posiciono cómodamente con algo de trabajo sin mover el brazo que tanto tiempo me ha costado mandar, no cambia mucho mi estado ni mi posición. Creo que ya está.

"Cuarto paso: realizar la operación".

Al fin el ventilador tendrá el tributo que merece. Esta vanagloria no puede ser arruinada por nada ni por nadie, las circunstancias son propicias.

Estiro un poco mis dedos, los enfoco al ventilador que oscilante está fijo en donde antes yo estaba sentado y hago un leve levantamiento que se vale del omóplato derecho.

Se levantan más y tocan la protección del ventilador, aquellas varillitas de fierro en su entorno. Prosigo.

Cruzan las fronteras y se aproximan mucho a sus aspas inquietas. Ya siento la presión de rechazo de ellas, pero no pienso ceder.

Es mucho el desatino pero sigo imponiendo mis fuerzas al 'venti'. Logro rosar una de las aspas y mis neuronas sensitivas comienzan a enviar una serie de transmisiones eléctricas a la médula espinal, quien las conduce al cerebro para que las analice y las compare con otras sensaciones y conocimiento empírico que haya registrado durante un historial de quince años.

No importa, ya es demasiado tarde, mis tres dedos más grandes de la mano diestra están muy adentrados al ventilador para ser retirados.

Veo cómo las aspas rosan y raspan mis dedos, primero ocurre un proceso rapidísimo en que ellos quedan rojos por la fricción, después comienzan los raspones y la triste liberación de mis células.

Esto es increíble, tantas tragedias ocurriendo en el mundo, tantos enamorados que se besan, otros cuantos que confiezan su amor y muchos más que restriegan en la cara de la pareja lo arrepentidos que están de conocer a un ser humano tan horripilante y semejante a ellos.

Mis dedos parecen segregar sangre que corre por ellos deslizándose a lo largo de toda la palma de la mano hasta llegar a la zángana muñeca. Otros tantos quedan en el ventilador esperando secarse en medio de todo ese movimiento, para mezclarse con la suciedad y albergar bacterias cuya morada será aquella sangre pútrida, rodeada de soldados anticuerpos muertos y con las armas en sus manos sin vida.

Otro tanto vuela por los aires, aquellas partículas que nadie ve, pero que giran con el ventilador.

Mis dedos están demolidos, yo tengo mucho sueño, así que me tiro al suelo mientras ellos se vienen conmigo. No sé qué es el dolor porque reprobé ciencias naturales, así que no puedo decir si lo siento o no.

Cae mi mano conmigo batiéndo más el ambiente y mi persona de sangre, pero yo ya estoy dormido y demasiado cansado para quejarme, además, quién sabe si lo que siento es dolor, placer, ira, venganza, sed, hambre, ganas de vencer al mundo o sentarme, como dicen, en la banca a ver cómo desfilan los triunfadores.

Estoy soñando uno de los sueños que cuento en el blog de mispesadillas.blogspot.com, quizá sueñe con una mano sangrienta que me acosa por un pasadizo de aspas que se mueven queriendo cortarnos a ambos.

No lo sé, sólo sé que duermo mientras mi mano sangra sobre el suelo, descansando ante el ya tributado ventilador.

Ese ventilador se merece mis respetos, y, de paso, mi mano.

Hilsen

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