sábado, 3 de septiembre de 2005

Cosas de niños

Hace rato estaba leyendo el libro de "Los Porqués de la mente humana" en la mecedora que está en el patio delantero de mi casa, a la vista de cualquiera que cruce la acera. Leyendo me distrajo una voz que oí:

-... y entonces ¡asu! allá en la escuela...

Era un niño de unos 5 o 6 años, quizá ya había llegado a la primaria. Iba sin parar de hablar, tomado de la mano con su joven madre, que bajo el sol apurada lo conducía sobre la semi ascendente calle.

No pude verle el rostro a nadie, pero la forma de caminar y la posición que llevaban la reflejaban por todo el cuerpo: el niño iba vigoroso y entusiasmado con su relato, mirando al frente (y otras veces volteaba hacia los lados), pero muy atareado narrando una prodigiosa aventura; la madre, joven y bonita, lo tomaba de la mano para que su acelerado paso no dejara al niño fuera de vista: hacía calor y llevaba la cabeza inclinada hacia el frente para no sentir tanto el pesar de los rayos del sol sobre su faceta; aparentemente seria y con prisa.

Yo había dejado de leer en cuanto noté que era un niñito el portador de la voz, volteé a verlo y lo seguí con la vista hasta que la pared de mi casa no me dejó verlos. El niñito relataba la asombrosa historia de un escorpión en su escuela; sí, un escorpión que el niño había visto:

-Y el escorpión estaba vivo... -hubo una pausa inquieta-, ¡ah, no!, estaba muerto, el escorpión estaba muerto... -narraba eufórico.

La madre parecía no oirlo.

Todos tenemos problemas en mente: yo tengo algunas broncas de la escuela y asuntos aquí en la red qué atender. La mujer seguramente tenía pendientes algunas cosas qué arreglar con el gobierno o en algún establecimiento donde fuera a pagar, por lo que tendría que salir acompañada de su hijo, pero por más que su hijo entusiasmado la hacía de cronista, la madre, cuyo rostro no pude ver, estaba más sumergida en sus propios pensamientos: en medio de un calor proveniente de un sol al que las nubes no se atrevían a obstruir, había que saldar asuntos 'por ahí'.

El niño, por el simple hecho de ser persona, tenía también sus propios problemas: aquel escorpión, ¿estaba vivo o muerto? Sin duda es un gran dilema, aun más ponderante que el mío; de hecho creo que no puedo comparar mis problemas con los suyos.

Yo sé lo especial que es para un niño de su edad el que un padre escuche las aventuras que él narra: cuando yo era chico me obsesionaba al narrar a mis padres acontecimientos que me habían sucedido (mayoritariamente en la escuela). Son momentos verdaderamente especiales, y, por consiguiente, fáciles de arruinar.

En el libro ilustrado "Con Ojos de Niño" de Francesco Tonucci vi un capítulo (página 79 por si lo tienen y les interesa) donde un niño llegaba de su escuela con la mente llena de cosas: una rana, el pizarrón, una niña; al entrar a su casa dice: "¡Hola, mamá! ¿Sabes? Hoy..." la madre le interrupme con una efusiva orden para que se lavase las manos, el niño accede y todas sus aventuras se escurren con el agua por la tubería.

Varias veces he contado mis misiones por otros paises y varias veces se me ha salado el cuento. Ahora, leyendo aquel libro que me explicaba el síndrome de omisión, oí la voz de aquel pequeño inocente relatando su fantástico encuentro con un moustruo parecido al euriptérido del Silúrico. Lo seguí intentando imaginarme su momento en la escuela, y entre esa imaginación me recordé cuando iba en primer año de primaria, a la edad de él: estaba cerca de la cancha de básketbol escarbando un incierto agujero en la tierra, llenándome las uñas de tierra; escarbé durante millares de nanosegundos una profunda fosa de miles y miles de micras hasta que hice un hallazgo sorprendente: una mina de barro.

Corrí con los demás y les dije que había descubierto una mina de barro: todos corrimos hacia donde estaba mi avertura y sorprendidos y emocionados cavamos durante todo el resto del receso, mientras que al entrar a la clase no hablábamos de otra cosa que lo maravilloso que había resultado tal revuelta, al día siguiente fuimos y estaba menos profunda: cavamos por todo el resto del receso acumulando el barro cerca del agujero. Creo que ese día lo dejamos por la paz.

Quizá esa vieja mina, abandonada había servido de refugio para una serie de moustruos que a lo largo de las generaciones se fueron reproduciendo: una especie de dragones pequeños que tenían sus crías entre el valioso barro, y que perduraron hasta que yo salí de la primaria, la secundaria y ahora que estoy en la prepa, eran el terror de los alumnos de ahí hasta que un valiente misionero tipo Indiana Jones se atrevió a desafiar al líder mounstruo: un titánico escorpión negro que lo quería matar con su aguijón para comérselo.

Por la primaria llegaban rumores de todos lados: los niños de primero hablaban de un mounstruo que vivía en las profundidades de una mina de barro; en las noches de hambre salía por comida a la escuela: venados, jabalíes y otros mamíferos zuculentos que se podían ver por entre el bosque que había detrás de la escuela. Lo peor venía cuando el hambre le venía en la mañana: salía a la escuela en busca de niños. Nunca salía en receso porque podía ser asesinado por los niños, aunque sin duda se necesitaría de muchas víctimas para consumar tal acto. Era, en definitiva, el terror de todos. Las familias de niños tenían que darle tributos al dios malévolo para aplacar su ira.

Cierto chico, un valiente temerario testigo de los sufrimientos de su pueblo, decidió poner fin a esa criatura:

-Lo siento, colega -le decía a su otro amigo de primer año-, debemos acabar con esa enorme criatura antes de que haga estragos en todo el pueblo.

-Pero ¿qué no has oído de las personas a las que ha matado?

-Me tendré que enfrentar a mi destino, ¿me acompañas o rehusas?

-Ahh, está bien, iré contigo.

Se prepararon: en una mochila cada uno metieron utensilios de comida y algunas armas y trampas para el animal. Acamparon una noche, pero sin resultados.

Temprano al siguiente día, cuando todos estaban en clases, ellos salieron en busca del escorpión. Fueron hasta su guarida donde oyeron enormes gruñidos y quejidos; lanzaron rocas y dinamita para hacerlo salir. El escorpión había visto alterada su paz y salió para acabar con los impertinentes que osaron en disgustarlo.

Al salir, ambos se escondieron en una piedra. El temerario hizo una seña a su 'Robin' y éste asintió: salió de la piedra y ante el escorpión se burló: "¡hey, aquí!". El escorpión volteó y se disponía a prensarlo con sus tenasas. El temerario salió de atrás y con una soga ahogó un grito, pero logró lazar por el aguijón al animal enorme, casi del tamaño de un tiranosaurio. El escorpión agitó su aguijón y zarandeó al temerario.

El valeroso guerrero que iba con él tomó un par de cuerdas anudadas (slipknot), una en cada mano las malabareó y logró sujetar con cada una las tenazas del escorpión, que mientras intentaba liberar sus tenazas cada una sujeta y su cola de la otra cuerta, se mecía y se meneaba desenfrenado haciendo que sus contrincantes se agitaran por el aire cayendo en la tierra.

Era una escena terrible: el polvo sacudido por los jóvenes, los gruñidos y chillidos que emitía el gigantesco mounstruo, los dos valientes gritando descontroladamente meciéndose por el aire, bailando entre las rocas y estrellándose contra la arena que estaba cerca de la cancha, a kilómetros de los maestros y las aulas, en medio del desierto.

-¡Sujétalo de las tenasas! -le dijo el temerario a su amigo-, ¡tengo una idea!

El amigo del temerario hizo un esfuerzo sobrehumano para controlar las tenazas del escorpión que revoltoso las agitaba, mientras que el temerario soltó la soga que sujetaba su cola para correr hacia la mochila que traía, sacó un par de dinamitas y una navaja que sostivo con sus labios.

El escorpión, con la cola liberada, lanzó su aguijón en dirección a la pierna del camarada, quien, viéndose atravesado el muslo con la enorme aguja, soltó las cuerdas. El temerario se apresuró a sujetar la soga que había dejado y se trepó por ella hasta quedar cerca de su aguijón, sujetado por las vainas que formaban su negra cola. Lanzó unas puñaladas y cuchilladas hacia el aguijón hasta que lo cortó, oyendo cómo el animal sentía el dolor. Se dejó resbalar por su cola hasta llegar a su acorazada espalda. Trabajosamente cruzó através de ella ayudado de las manos y los pies, con las dinamitas en un cinturón que tenía. Llegó hasta la parte superior de su cabeza y le clavó cada una de las dos dinamitas en sus ojos y luego las prendió. Saltó y cayó en la arena junto a su amigo. El escorpión se estremecía de dolor aproximando sus tenazas a sus ojos para librarse de la dinamita.

No llegó a tiempo. Hubo un par de estallidos que hicieron trizas sus ojos.

El temerario dio apoyo en su cuello y hombros al brazo de su desvalido amigo para que se parase. Juntos corrieron vacilantes abrazados, su amigo cogeando corría, en tanto que el escorpión seguía moviéndose.

Corrieron y corrieron hasta que estuvieron fuera de su vista. Hicieron un angustioso peregrinaje al rededor del desierto hasta llegar al pueblo a dar las noticias.

Todos fueron tomados como héroes por todos. Hicieron una gran celebración. Lo único que podían comentar en la clase era aquella hazaña de cómo habían acabado con aquel gigante. Ambos fueron nombrados héroes.

El temerario salió con sus otros amigos al portón de la escuela, donde ya lo esperaba su madre acalorada para ir a su casa. Durante los siguientes días el temerario calló aquel suceso a su madre hasta que un sábado 3 de septiembre, en uno de los acalorados viajes que hacía su madre con él para arreglar cosas de adultos, el temerario narró a su madre su prodigiosa hazaña:

-... y entonces ¡asu! allá en la escuela...

Le contaba de cómo, con su malherido amigo, se debatían entre la vida y la muerte para librar a la aldea de aquel pesar. Su madre ni siquiera lo escuchaba, iba más ocupada pensando en lo que tenía que hacer, sorda a las palabras de su hijo. Y con mucha razón: qué de relevante puede contar un niño de su edad... sólo es cosa de escucharlo y escucharlo mientras habla.

Hilsen

No hay comentarios.:

Publicar un comentario