sábado, 10 de septiembre de 2005

El Desmembre de una Hoja

Una bella libreta tengo,
redimida y ausente a impuras letras.
Limpias y blancas están sus hojas;
de rayas es la libreta.

Hojas inmaculadas y vírgenes,
despiertan en mí un placer morboso,
aquel placer de desaparecerlas vírgenes,
aquella desdicha de no brindarles
la gracia de ser sabias.

Voltear la libreta y comenzar al revés:
desde la última página hasta la primera.
Tomo una por el lado superior con respecto al resorte
y me preparo.

Hago que yazga en una tortura
al desmembrar sus vanos sostenes en el resorte.

Veo cómo, en el silencio de la clase,
que bajo amenaza de la maestra se encuentra,
surge frío y lastimero el chillido de una hoja que se desmiembra,
que abandona la libreta para irse al planeta de las hojas.

Ahí, donde están las hojas
que enteramente llenas de sabiduría
lucen sus despampanantes líneas.

Ahí, donde están las hojas
que enteramente puras y virginales
perplejan con su lúcida blancura.

Muere una.
Muere otra.
Y muere otra.

Las cabezas
perdidas en el limbo
voltean curiosas e ignorantes
impertinentes ante la masacre.

Paradoja:
La maestra voltea
quitándose los lentes
para observar mejor.

Sé que me están viendo.
¡No!
Sé que lo que ellos ven es mi hazaña,
mi atrevimiento,
mi crimen.

No volteo
y me provoca pudor,
me provoca pudor el que los demás vean
que a las vírgenes destierro de la vida.

Rápidamente desmembró a una de su resorte;
lentamente provoco chillidos estridentes en otra,
gozo al ver cómo el papel se destroza lentamente,
separándose entre sí, desmiembrante.

Por respeto apilaba las hojas
que lisas y luminiscentes
a sus hermanas ánimos daban.

Por pudor les di la espalda
y con desprecio y despiado y tiranía
las dejé caer al suelo una sobre otra.

Como las plumas de un ave muerta,
como la alfombra mágica
que de su energía ya no se basta.

Como el pichón que intenta volar
y por la montaña cae.

Una sobre otra,
una junto a otra,
una sin la otra.

Regadas se tienden
mientras su asesino
impune ya ante los mudos tontos que lo ven
desmiembra hojas.

Desquiciado y a sabiendas de que observado es,
centra sus ojos en la libreta y sudando
la vida que no concedió se atreve a arrebatar.

Toma las hojas con sensualidad,
las acaricia y con su tosca mano
conoce su geografía.

Como las lágrimas de un torpe gigante,
y como las hojas de un árbol otoñal,
virginales e inmaculadas se postran
rendidas ante el macabro.

Sudor y pudor;
como la vida y la muerte;
como la muerte.

Es la muerte.

Hilsen

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