domingo, 11 de septiembre de 2005

Un nuevo miembro familiar

Hubo un día, de hace ya un buen tiempo (y cada vez más) estaba, como siempre, sentado en este mismo lugar y con la misma silla, junto al monitos leyendo. La situación era la misma de hace unos momentos: estaba acompañado del silencio que era cada segundo bloqueado por el sonido de mi respiración, aunado a el "chak" del teclado y el "tic" del mouse.

Mi mamá y mi hermana llegan de la misma forma que hace rato: muy activas para como yo conservo el ambiente cuando estoy sólo, platicando de muchas cosas que extrañamente no recuerdo, aunque son de las mismas que hace unos momentos, pues lo que me decidió a bloggear esta sensasión de una vez fue porque se volvió a repetir, casi de forma exacta.

Aquella vez, como ya dije, me encontraba encasillado en los asuntos que tenía aquí, frágil a cualquier cambio de humor provocado por alguna mundana impertinencia que atravesara mi concentración. Llegan mi madre y mi hermana con algo más entre las manos que no produce ruido ni molestias.

Me lo mostraron y sugirieron que mirara, cosa para la que me resistí, pues ya sabía de lo que se trataba. Lo subieron al escritorio donde tengo postrada la máquina para que yo lo apreciase mejor: un perro chihuahueño casi recién nacido: una rata con cara da rata que hasta ahora conserva.

Era tan frágil y tierno, tan indefenso. El ser humano hasta ahora no ha podido alcanzar una velocidad de 100 kilómetros por hora en un segundo, pero yo si logré tensionarme y encabronarme a 1000 en menos de uno.

No necesité ni tiempo para reflexionarlo, pues al instante en que hice consciencia del asunto, vinieron a mi mente como una flecha que da en el blanco una cascada de pensamientos, que me asaltaron y me ultrajaron el cuerpo y las sensaciones cual lluvia de granizo duro y frío cae en un invierno como los que no se producen aquí.

Lo vi todo en un segundo:

Mi madre y mi hermana adorando a ese perro, queriéndolo. ¡Pum! Otra imagen veloz: mi hermana limpiando su suciedad, ciega de la ira y queriendo matar al perro. Mi madre y mi hermana iracundas hacia él.

Yo no lo quise aceptar y les alcé la voz desconcertado pidiéndoles con la mirada alterada que lo quitaran del escritorio, pues ya veía el futuro inevitable.

Para ese entonces ya teníamos a Sálem, y de hecho creo que Salem estaba con nosotros desde hace años, así que le lleva mucha ventaja en edad. Lo quitaron mientras mi madre me preguntaba que por qué era así, que por qué me enojaba tan rápido.

Pasaron los días y, como es costumbre de un animal incapaz de entender reglas tan complicadas como las nuestras, no es adaptable en cuestión de días al entorno, de modo que osaba en ensuciarse por donde viera más cómodo y orinar lo que sea. Mi madre se molestaba demasiado u limpiaba.

Ocurrieron otras cosas que prefiero no decir, el caso es que mi madre poco a poco cesó por los corajes que le hice pasar yo al detenerla hasta por la fuerza para evitar que maltratase al perro. Aunque admito que sus argumentos eran demasiado fuertes y razonables, nunca pude soportar el oír lloriquear a Rey por sus golpes, y siempre que comenzaba a hacerlo yo me irritaba, me ponía atento a lo que hacía y comenzaba a sudar descontroladamente despidiendo ese olor característico de las peleas duras.

El perro ahora conoce más o menos las reglas, y mi madre lo quiere, ahora sólo le llama la atención por razones justas y... todo lo que concibo.

Mi hermana, que apuesto la cabeza a que fue la de la idea de traer al perro, siempre es ella la que impulsa a mi madre a los gastos inútiles, además mi madre no cedería ante la propuesta de tener una mascota, pues sé aseguro que con Sálem ella tenía suficiente.

Mi hermana, ella, es precisamente quien más le grita y lo rechaza. Cierta vez le pregunté que si le caía bien el perro y me dijo que no, que le parecía muy estúpido. Ahora es ella a quien no le simpatiza el perro, y hasta podría decir que lo odia.

Yo busco cualquier oportunidad para mirar desde lejos sus ojos negros, grandes, redondos y ansiosos, pues valla perrito latoso que salió. Cuando necesito un pretexto para dejar de hacer mi tarea, voy a sentarme en la silla del corredor de alado para llamarlo, acariciarlo, decirle de groserías que él no entiende, decirle que lo quiero y jugar con él un rato hasta que se me irrita el brazo, me rasga algo de piel o simplemente me aburro de que me pique las manos con sus mordidas.

Hoy estaba sólo, viendo la película de Matrix (quizá mañana termine de ver las otras dos que renté), después de bloggear en la otra bitácora el que haya terminado el programa del Código del César.

Es de noche, sólo y a sabiendas de que mi madre y mi hermana llegaran en cualquier momento. Se dio el caso, llegaron, yo no estaba (ni estoy) de mal humor pero ella así lo diagnosticaron por mi típica fría recibida. Rápidamente me vine aquí a mis asuntos y oigo maullidos.

Mi hermana me comunica de muy buena gana que tenemos un nuevo miembro de la familia, que volteara para verlo, y se puso tras mi hombro izquierdo con la criatura en sus brazos, cerca de mi cabeza.

-Quítamelo de aquí -le dije tan iracundo que guardé la calma en todos los instantes. Sólo faltó que lo subiera en el escritorio este para que lo pudiera ver mejor, y de hecho, cuando le dije eso, ni siquiera aparté mi vista del monitor, pues no sentía deseos de ver a la criatura.

Lo que me vino a la mente en ese instante no fueron recuerdos y un mar de imágenes, sino las escenas de la experiencia pasada, cuando me presentaron por primera vez al perrito Rey.

El gato comenzó a maullar, el perro se desesperó de curiosidad; él es muy latoso e inquiero: hiperactivo creo que sería el término más adecuado.

Ahora lo que tengo es dura: ¿qué suerte tendrá el gato en la casa?

Para los que han tenido gatos en su casa, uno primero y después otro, sabrán que el primer gato se pone "celoso" por el nuevo invitado y tiende a marcharse. Afortunadamente los celos de Sálem duraron, con respecto a Rey, unos días, ya que después volvió y hasta jugaba con él cuando Rey era más chico. Ahora que rey está en los cambios hormonales, más grande, Sálem sólo se dedica a lo de siempre, ignorando con sabiduría al perro.

¿Qué destino le deparará al gatito?, ¿qué nombre tendrá?, ¿qué efectos causará en Sálem?, ¿qué reacciones tendrá el hiperactivo Rey?

Por ahora no puedo decir nada más. El libro que se está apunto de abrir contiene páginas que el tiempo irá leyendo.

Hilsen

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