miércoles, 7 de septiembre de 2005

Denizli

Hace una semana estábamos algunos en el receso: yo inventando cosas con un celular prestado, otros compañeros atrás platicando, varios comiendo y unas viejas chismeando.

Y en un momento azaroso de los veinte minutos de libertad que se nos otorgan llega el conserje, un señor alto, muy moreno, corpulento, complexión recia, un estómago colosal, cabellos chinos y carácter duro:

-Cuando vallan a comer, salgan a fuera; no es tanto porque rieguen su comida o tiren su agua, sino cuando derraman un refresco... miren -señaló varias zonas en las que se reconocía un derrame de refresco: partes del suelo ennegrecidas como si aceite derramado se hubiese-. ¿Dónde está el jefe de grupo?

Levanté la mano.

Me dio indicaciones, más bien, me hizo responsable de lo que pasara si los bellacos del salón seguían comiendo adentro y me "advirtió" que me iba a acusar con el director si alguien derramaba refresco, me señaló con su dedo índice mientras me decía eso. Sus ojos negros que en los míos se clavaban mostraban la seriedad que sus palabras pretendían transmitir.

Y algo que misteriosamente no me molestó al verlo, ni me molesta al recordarlo, es como, después de la reclamación que me hizo, casi todos seguían comiendo en el salón como si aquel huésped nunca se hubiera aparecido.

A regañadientes fui a decirles a todos que salieran a comer a fuera, los de hasta atrás, que por el momento no tienen nada contra mí, aceptaron terminarse sus alimentos afuera, las chicas de hasta en frente no necesitaron de mis súplicas, y de las chismosas de hasta el fondo tuve que reportar a tres para no repetirles la instrucción.

Al día siguiente me encontraba adherido a mi silla vigilando el Input/Output de estudiantes al aula para hacerlos pasar por una máquina que detectaba alimentos que compré.

Sentado en mi silla, con la cabeza recostada en la paleta y los brazos cubriéndola, intentaba descansar de las desveladas que hasta ahora me siguen mortificando; tenía los ojos cerrados e intentaba dormir a sabiendas de que no lo iba a lograr. De pronto, instintivamente alcé mi cabeza con un movimiento rápido, como si me hubieran espantado. Mi mirada al frente hizo que una chismosa del fondo pero de la parte izquierda (del grupo de Yemimah) dejara de mirarme para colocar su vista en el suelo y aceptar la culpabilidad de un alimento que torpemente escondía en la palma de su mano que más a la vista no podía estar.

Caminó cínicamente hacia el fondo, aceptando también que yo la estaba viendo de reojo. Hice un gesto mental de irritación. Dejé de verla de reojo para girar mi cabeza estrictamente a donde ella se pensaba sentar. Ella me volteó a ver y leyó lo que mis labios insinuaron: "...afuera...".

La dejé de voltear a ver para perder mi vista en el limbo, enfocados en otros asuntos que tenía y tengo que atender, como la bronca de las credenciales; pero eso no impidió que oyera sus indirectas: "(murmureos)... AFUERA... (más murmuraciones bajas)... AFUERA..." y así le siguió.

Yo estaba irritado con ella, y aun sostengo que es una adolescente cualquiera con kk...huate en el cerebro. Un par de días después siguió con sus mismas indirectas, ambas recalcando la palabra "AFUERA". Es obvio que, aunque ni siquiera proferí sonido alguno mientras le daba la orden, la seriedad de mis facciones y la solidez de mis labios llegaron hasta ella como la fría mirada del conserje que tomó vuelo en mi mente.

La inmadurez de Denizli era algo que no me sorprendía, pero sí me molestaba, pues son precisamente las más chocantes las que me ponen de malas.

Días más tarde (ayer), la maestra de LEOE (Español) entregó un trabajo de una breve autobiografía nuestra hecha en hojas blancas. Delizli no había venido ese día, así que la maestra le encargó al "Jefe de Grupo" que tomara ese trabajo y otros para entregarlos cuando llegaran. Por cierto, aun tengo pendiente entregar a los maestros el justificante de Delhi.

Identifiqué su trabajo y lo lei según yo para obtener alguna información extra de ella, ahora que tenía la oportunidad. Vi lo común: datos típicos de examen y unos horrores de ortografía fatales, pero vi otra cosa que hasta ahora no se me ha pasado, ya verán por qué:

Delhi no cedió a narrar una historia que cuente con edades, fechas, nombres de las escuelas en las que había estudiado y otras cosas que uno pone en una breve reseña suya, sino que habló de un compañero: con faltas de ortografía expresaba que desde la primaria había tenido que soportar a un "niño" que la molestaba mucho, que era un tonto y que tuvo que soportarlo seis años. Cuenta que al meterse a la secundaria creía que se iba a ver librada de aquel chico, pero para su mala suerte él también "había quedado en el mismo salón" y que tuvo que soportarlo otros tres años porque le caía muy mal, y que ahora que entraba a la prepa esperaba que ya no se encontrara con él (aunque ni siquiera nos habíamos visto antes, extrañamente pensé que se refería a mí, aunque en el fondo sabía que no era así), pero que ahora tuvo suerte porque, a pesar de que había quedado en la misma preparatoria, donde ahora estudiamos, lo dejaron en otro salón, y es entonces cuando su léxico se vuelve más jubiloso.

También contó que era la más pequeña de sus hermanos, y que ellos la querían mucho, al igual que ella a ellos. Hubo un retazo mal redactado al que sólo le pude entender que llevaba las mejores calificaciones en la primaria.

Aquella chica, por más huesuda e inmadura que sea, reconozco que resultaría ser un buen banquete para pubertos como ella, pues es bonita, y no dudo que aquel chico la molestara no precisamente porque le cayera mal, pues fue ese el error que yo cometí con Claudia Judit, que por cierto está en la misma prepa estudiando (los años hurtaron su gracia).

Aquella niña, Delhi Denizli, por más inmadura que me pareciera, y por más irritado que me puso cuando me hacía indirectas, me ha dado una valiosa lección. Mientras yo leía su relato, que de una mísera cuartilla no desbordaba, me quedaba perplejo, y realmente me conmovía leer lo que tenía escrito. En tanto que cada uno de sus horrores ortográficos desfilaba ante mis ojos, toda la ira, el resentimiento y la negatividad que sentía por ella se fue borrando, como quien perdona y olvida una herida.

Yo la juzgué por lo superficial y tonta que era, pero, por más vacía que se mostrara, descubrí que en el fondo ella es una mujer con sentimientos, y aunque no los muestre estoy ahora convencido de que ella es especial: sacó buenas calificaciones en la primaria y dice ser muy querida por todos sus hermanos mayores. Además, si nos vamos por el lado psicológico, analicemos: qué mente la de aquella chica, que, en lugar de limitarse a mencionar siquiera el nombre de alguna de las instituciones donde había estudiado, se había explayado contando sus sentimientos, pues casi todo su relato estuvo orientado al chico que la molestaba.

Si voy y le pregunto (supongamos que me llevo con ella) que si cree que la maestra de español lee los trabajos que le entregamos, estoy casi seguro de que su respuesta sería "no" o "no sé", lo que me indica que lo que escribió no fue un texto pensado en que tenía que terminar esa odiosa tarea, sino más bien fue una confesión en la que expresó su vida pero de forma personal, no académica como yo lo hice, y creo yo que eso vale mucho.

No me importa que mañana y los días siguientes me odie y me siga echando indirectas, pues ahora, haga lo que me haga, yo ya no la odio, la aprecio: sé que su manera tan frívola de comportarse no es más que una máscara que todos nos ponemos durante la pubertad, pero que afortunadamente el tiempo desgarra.

Hilsen

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