sábado, 15 de julio de 2006

Errante - Perdido - Víctima de sí y de sus consecuencias

El día de hoy me he he dado cuenta de varias cosas dentro de mi realidad por obra y seña de la ironía.

Cuando más pequeño, a mí no me gustaba salir de mi casa a ninguna parte, prefería estar viendo televisión o leyendo los libros que tenemos; no sé, otras veces dibujando, imaginándome muchas cosas... pero estar en mi casa. Mi madre decía que por lo general esa clase de personas que son sedentarias en su infancia, de grandes osan en salir de viaje y les encanta salir a todos lados. Ahora en este tiempo, a mis 16 años, ya no sé qué tan cierto pueda ser eso.

Hace unos días vi un anuncio en un cyber que está en mi colonia en el que se solicitaban dos personas para 'oficios varios' y recamarero en un motel, respectivamente. Pues bien, me decidí a buscar la dirección dada por el papel y partí con un par de solicitudes de empleo que pensaba llenar antes de entrar. Pretendí incluir a un amigo que tengo para que me acompañara pero (supongo) que por ocupaciones no llamó para confirmar si iba o no; yo ya iba de salida.

Busqué por unos buenos tramos el motel pero no di con él. "Hilario C Salas" era la calle. A diferencia de ayer que erré dos horas por la dirección correcta sin saberlo, hoy fui con menos intuición y con más caminos de esos que "ya están hechos". Seguí la calle que pretendía ser la "C Salas" (antes pensaba que el significado de C era "Casa" pero ahora lo dudo porque todos la conocen como "C Salas", prosigo) e iba viendo lo números. Verdadero es que avancé un tramo considerable de camino de terracería que paralelo conducíase por unas vías del tren.

Proseguí viendo y buscando los números de las casas hasta adentrarme demasiado en el complejo petroquímico que había del lado del sendero de las vías. Caminando fui a parar por la ex casa de una amiga de la preparatoria y pensaba seguir desviar ahí para salir a la prepa, que estaba cerca, y retirarme al centro de Minatitlán a comprar mi revista Vértigo atrasada.

Me subí a las vías del tren y seguí caminando otro poco. Pensé en ir para Mina pero al ver cómo las vías extendían su camino frente a mí hasta perderse, fue más grande mi curiosidad por saber exactamente a dónde conducían que me dejé llevar por el tentador sol que auguraba tiempo suficiente para ir a los dos lados a la vez.

Avancé un buen tramo en lo desconocido, a veces caminando como soldado en guerra por el camino irregular que hacían el balasto y los durmientes, todos tan irregulares y con segmentos tan aleatorios. El sol quería ocultarse, pero aún debía brindarme más protección. Frente a mí sólo estaba aquella vía, cuyos carriles parecían estar hechos de oro al estar completamente bañados por los reflejos del sol que frente a mí a lo lejos se hallaba; en medio del monte con algunas casas pertenecientes a los cinturones de la miseria y más adelante la autopista para ir desde Villahermosa, pasando por Coatzacoalcos, hasta México o Brownsville.

De antemano y por una lógica basada en el hecho de que conozco la arquitectura de mi zona, sabía más por deducciones rápidas que por pensamiento, que las vías tenían que hacerse de un puente que pasara por la autopista que a unos 150 metros de mí se encontraba para poder seguir su curso y proseguí para ver en qué puente exactamente caía. El paisaje se tornaba atractivo: yo, como trotamundos parado en medio de las dos vías, a mis laterales pequeñas elevaciones cubiertas de pasto y en frente la autopista y carros pasando a veloces prisas; más al fondo, un cielo azul como la Paz, un sol dorado como los cabellos de El Principito y algunos estratos de nubes blancas cual paloma que parecían obra de un pintor: cielo con matices blancos y azules claros degradándose de una forma misteriosa.

¿Qué motivos tendría para regresar por el Motel si ya estaba como a 1 kilómetro de él?

Seguí las vías un tramo más hasta que di con el puente aquel y seguí caminando entre las vías por aquel puente hasta que llegué a la mitad. En realidad había dos cruces por en cima de la autopista: el de las vías férreas y otro que parecía ser para civiles porque sus entradas y salidas no se mostraban convincentes para los automóviles.

Algunos niños chiquitos jugaban en las vías y había otro de unos 5 o 6 años que andaba peligrosamente en la orilla de los dos puentes.

Lo que no he dicho es que antes de llegar a aquel puente, la vía por donde venía llegaba a un punto, frente al puente por donde tenía que pasar, en el que formaba una encrucijada con otra vía. Si bien yo conocía el tramo de la vía por donde me vine, no sabía de la existencia de otra y movido por una incesante curiosidad, me decidí por seguir a la otra vía que iba en dirección a mina: "así aprovecho para ir al centro por mi revista".

Es pues que inicié mi camino.

A diferencia de la primera vía por donde me vine, que eran durmientes algo ordenados y los segmentos estaban bien cubiertos de balastos, en la otra no vi ni una traviesa, y los balastos brillaban por su ausencia al ser reemplazados por tierra y vegetación. Inhóspito y desagradable.

Sostengo una filosofía, y es que no hay vuelta atrás. En líneas anteriores redacté: "hoy fui con menos intuición y con más caminos de esos que 'ya están hechos'." y no fue a propósito, ya que cuando trazo en mi mente un recorrido hacia cierto lugar (aunque sea de ida y vuelta) lo hago pensando en que 'se hace camino al andar', y es que tengo cierta apatía por "regresar por donde vine". Voy por un camino y no importa cuan largo sea, puedo caminarlo, pero lo que detesto es regresar por el mismo lugar: ya sé lo que sigue a continuación y no puedo sorprenderme con nada, es como el perdedor que se marcha por donde vino para olvidar lo que vivió y pienso que mientras doy reversa al camino donde vine, mi mente toma una actitud retrógrada e intenta volver al pasado, temerosa del futuro. Ya pronto tendremos por aquí un auto-análisis que me estoy haciendo en estos días.

De modo que al regresar a mi sitio (no necesariamente tiene que ser la casa) debe ser por otro lado si quiero evitar aquel aburrimiento de ver cómo se recorre la cinta de mi vida y se tiran a la basura los pasos que vi y la adrenalina de vislumbrar al camino que viene que sentí. Es por eso que opté por seguir las otras vías.

Pronto me encontraría con un perro que se alejó un poco de mí cuando vio que me estaba acercando a donde él estaba, que era en medio de las vías; ¡claro! tuve que mostrar cierta imposición animal al caminar algo abierto y moviendo mis brazos como si tanteara el aire, mirada fija y caminar obstinado. Aún así el perro lanzó pretensiones amenazantes tanto desde su hocico como con su mirar.

Seguí por esas montosas vías donde a cada tramo se podían ver montones de desperdicios tirados, por lo que había que mantener el equilibrio arriba de los carriles para no pisar lo orgánico.

Sendero olvidado.

La prisa con que salía la noche hacía que su ansiedad por acaparar el cielo se transmitiera a mí por llegar al fin de esas vías. El camino era incierto y hubo un pequeño puente para pasar por un río de mierda que corría bajo de mí, pero sólo fueron unos 2 metros de caminar sobre traviesas que en algunos casos hacían vaivén cuando plantaba un zapato sobre ellas.

Más adelante las cosas se fueron poniendo peores: el día se iba y con él, mi vista; tengo problemas visuales y cuando se aleja la luz del sol voy viendo las cosas más borrosas, no al grado de no poder identificar nada pero a una persona que esté a 30 metros de mí la veo moverse pero no la identifico. A mi izquierda había casas de aspecto rural y critico (basándome en que la posición económica no tiene que ver con el crecimiento personal) la cantidad de desperdicios tirados allí: las vías tenían un aspecto realmente inmoral y despreciable, y es que además de las bolsas negras rotas y los desechos orgánicos predominando en el camino, el olor que venía me daba motivos para caminar equilibrándome sobre los carriles y poniendo atención al camino para no toparme con ningún animal muerto, o muriéndose.

-¡Dónde chingao acaban estas pinches vías!

Pensaba: "Un hombre alto y delgado vestido completamente de negro cuando el día muestra su lado débil, caminando en medio de las vías por un sendero casi deshabitado... diabolic". Me imaginaba en una escena algo diabólica.

Llegué a una zona en la que a mis dos lados habían casitas, mas el asunto era en frente: se veía el complejo petroquímico por el que pasaría hace una hora aproximadamente pero del otro lado; al parecer las vías en las que caminaba estaban pensadas en un tren que cargaría material explícitamente de PEMEX.

Un par de perros descansaban juntos en medio de las vías frente al que me imagino es su hogar; creo que la primera era una perra porque cuando volteó a verme adoptó rasgos femeninos, y es que simplemente me echó un vistazo y volvió a su posición original. Cuando pasé junto a ellos, el otro (refiriéndome a un macho) se sobresaltó al notar mi presencia y se me quedó viendo; pensé que, a mayores, iba a repetirse la historia del perro que me encontré hace rato. ¡Destino inmundo el mío! Cuando avancé pocos pasos adelante creyéndome librado de un obstáculo, el perro macho comenzó a ladrarme a modo amenazante y junto con él, otros perros que respondieron con ladridos.

-¡No saben ni a qué le ladran! -Díjeme.

Seguí caminando usando la técnica pasada de ponerme en pos de avorazado esperando atacar cualquier cosa pero parece que no sirvió (¿o es que será que los perros debieron estar en frente para poder ver mi perra cara?). En seguida pude sentir cómo el perro había dejado de ladrar y comenzaba a acercarse a mí a trotes desde atrás.

Yo seguí caminando, pero ahora con un aire de inquietud.

Pronto me hallaba envuelto en una serie de ladridos a mi alrededor: adelante, atrás, en las laterales, las diagonales; estaba oscureciendo y las casas de los lados de las vías estaban en el monte y cubiertas de árboles haciendo decrépito mi sistema detector de perros. Mi miopía me impedía enfocar objetos lejanos y no distinguía.

Volteé y el perro estaba a medio metro de mí, y al ver que volteaba debió haber pensado que me preparaba para contraatacar, por lo que se detuvo ipso facto retrocediendo (no exageremos, sólo dio medio paso atrás y me miraba a los ojos).

Para ese entonces yo había entendido dos cosas: primera: si cuando iba pasando y la perra me vio no ladró ni me sentí amenazado, y cuando el perro que la acompañaba comenzó a ladrar se oyeron una serie de alaridos más a mi alrededor, entonces sólo especulo una cosa, y es que aquel canino debía ser una especie o bien de 'guía' que tiene la iniciativa en el barrio, o el del bravucon que mueve al populus sosteniéndose de su agresividad; y segunda: recordando películas y experiencias anteriores tanto propias como ajenas, cuando un perro va ladrándole a alguien que le da la espalda y éste voltea, el perro retrocederá porque pensará que su actitud será tomada en cuenta por el prójimo (recuerden este dato que los puede llegar a salvar de varias).

Seguí caminando y los alaridos se hicieron más fuertes. Me di cuenta de que estaba empapado de sudor que hace ciertos minutos no tenía.

"[...]¡¿Quién lo diría?: morir en medio de unas vías que no sé de dónde vienen ni de dónde acaban, en medio del monte y varias porquerías orgánicas![...] ¿Alguna vez imaginé mi destino así[...]"

Volteé y vi que el perro estaba a medio paso de incrustar sus dientes en mi tobillo y, gracias al conocimiento nuevo que acabé de adquirir, que me hizo volver a tomar la decisión de voltear, el perro retrocedió y ladróme mirándome a los ojos. Avancé unos pasos y vi que me seguía, pero ahora sin tanta convicción: se estaba alejando de la propiedad que debía vigilar. Había varios perros en mi entorno ladrándome con odio liderados por aquel que iba por mi talón de Aquiles. Cuando él frenó, los otros dos que ahora lo seguían (y me seguían) vacilaron en su andar.

"[...]Morir destazado y devorado por una jauría de perros celosos de sus terrenos[...] ¿Saldré vivo de esta? [...] Me consta que los perros huelen el miedo y lo usan, y sin embargo no dejo de temer por mi vida [...]"

"[...] Adelante hay más perros, los oigo ladrar, y son iguales a estos [...]"

"[...] Es casi de noche, pero no de día [...] Estoy vestido de negro y el Sol no está conmigo [...]"

Decenas de pensamientos cruzaron mi cabeza a cada segundo.

Por un momento pensé en salir corriendo confiado en que mi velocidad superaría a la de los perros, o que ellos al ver que se alejaban de su hogar frenarían; pero ni bien ese plan llegaba a mi cabeza, lo descarté porque había más perros en frente y, aunque resultara lo primero, para los de en frente, al verme venir corriendo de atrás, sería como si los estuviera retando y me podría ir peor.

A unos cuantos metros había una calle en perpendicular ¡pavimentada! Seguí avanzando sigilosamente, muy alerta de la perrada hasta que llegué al cruce: del lado izquierdo un portón como entrada a la petroquímica, pequeño y para autos según vi, y dos perros dentro de él ladrándome y mirándome a los ojos. ¡Descartado! A la derecha una colonia, con casas y calles y todo eso... nadie caminando sobre ellas, la gran mayoría de las luces estaban apagadas... el sonido de varios perros con la sangre hirviendo, buscando a qué ladrarle o aventársele. ¡Descartado!

En frente de las vías: algo de vías y un portón grande, como para que entrara por él un tren o algo así. Podría buscar un vigilante y explicarle que estoy perdido, decirle que me conduzca hasta la otra salida porque no quería volver con aquellos endemoniados perros y tomar ruta al centro en un carro. ¿Está abierto o cerrado? ¡Malditos ojos!

Seguí caminando hasta que poco a poco me fui acercando más y más. A mi lado había un monte espeso y oscuro y más a las laterales, unas bardas de seguridad. Avancé notables pasos y los ladridos de los perros aún se escuchaban igual de fervientes. El portón se fue haciendo más y más chico hasta que lo pude distinguir bien:

-...¡Hey!... ¡No me hagas esto!...

"¿Hey quién?, ¿no me hagas qué?"

-...¡Hey!... ¡No me hagas esto!...

"¿Hey quién?, ¿no me hagas qué?"

Fui repitiendo la frase en voz alta, como si le hablara a alguien y paralelamente me iba respondiendo en la mente lo que ella misma generaba. Eso, señores, se llama "cordura".

Me convencí de que el hecho de que siguiera repitiendo aquel ciclo de expresión-pensamiento no iba a hacer que el portón se abriera, o que alguna persona apareciera.

Me quedé admirando la desgracia unos 30 segundos en lo que afronté el hecho de que estaba forzado a retornar. Ahora tendría que doblar a la colonia oscura esa; ¡de menso regreso con los perros a recorrer como kilómetro y medio de vías para llegar a la autopista de noche y tener que recorrer otro kilómetro y medio (si no es que dos) de vías rumbo a La Bomba.

Llegué nuevamente al cruce y a mi izquierda estaba "La Colonia". Avancé y no oí ningún ladrido: "pensarán que seguí mi camino y traspasé el portón (lógica de perros)".

Entré en el umbral.

Estaba en el vértice de la colonia, era el rincón absoluto. Hacia una arista habían unas casas ya decentes, y la primera era una tienda que por suerte estaba abierta y con sus habitantes platicando en una noche cualquiera. El otro lado era una calle muy ancha, como lo doble de las que hay normalmente en una colonia, y estaba hecha de terracería.

Llegué a la tienta y había varias personas moviéndose, eran los que vivían en esa casa. Al estar en la puerta un perro grande que tenían me miró con sospechas, se levantó de donde estaba echado y vino con paso vaivén hacia mí.

Lanzó un ladrido seco y de "¿quién eres?".

El hombre que estaba sentado, uno corpulento y de edad adulta avanzada, le gritó:

-¡¡¡Shhhttt!!!, ¡¡¡Vay'se por'áhi!!!

El perro me olió y comenzó a ladrarme de cerca para atemorizarme y parecía estar dispuesto a clavar su ahora sí que enorme hocico en alguna parte de mis piernas seguramente. Temí otra vez por mí.

-¡¡¡Aaagghh!!! -le gritó el dueño- ¡¡¡Hheepppp!!!

Se levantó de su mecedora y tomó una caja de cartón mediana que había cerca y fue directo al perro, quien al ver a su dueño retrocedió y agachó la mirada, luego hizo retirada porque se dio cuenta de que las intenciones de su dueño no eran sólo regañarlo, y no faltaba para más: al estar el perro a trote de huida el hombre le aventó la caja de cartón y una patada de esas que por nada del mundo le atinaría.

-Disculpe, ¿aquí dónde es?

-La Insurgentes.

-¿La Insurgentes Norte?

-Sí... La Insurgentes... La Insurgentes Norte. ¿Dónde quiere ir?

-Pues... jeje, salir de aquí.

-Sí, pero ¿ir a dónde?

No sabía cuál era la forma más correcta de decírselo.

-No sé -trastabilló mi conversación, cayendo más abajo de donde se encontraba-, a donde sea.

-Sí pero, ¿dónde vas?, ¿qué lugar buscas?

El perrote volvió mirándome y cuando estuvo cerca de mí comenzó a ladrarme otra vez. En las otras casas habían más perros, y en la casa que estaba a la izquierda de la entrada trasera a la colonia, una casa tenía unos 2 o 3 perros de razas nobles y pequeños, pero con unos ladridos callejeros. Comenzaron a ladrar como si odiaran su garganta y quisieran matarla, y luego matarme. Con ello, los perros de atrás de aquella casa, que eran los que hace unos 10 minutos querían destazarme (quitarme mis tazos) comenzaron a ladrar igual o peor que como hace rato.

Estaba apunto de relatarle mi patética historia al hombre.

-¿Dónde está la parada de carros?

Esa pregunta me sacó a flote. ¡Hurra por mí!

-Aquí es- Señaló hacia en frente de la tienta y yo volteé a ver: la callezota ancha, y es que aquella calle terminaba en frente de la tienda.

-Ahhh, ¿aquí?

-¿A dónde quieres ir?

-Pss no sé, a donde sea...

-...¿Al Centro?

Aclaro, aquel hombre no me hablaba de mala gana, por si se da a entender eso. Fue paciente y no mostró ningún signo negativo.

-Pues... sí -contesté tímidamente y luego recordé mi historia completa y los motivos que me hicieron dar allá- ¡Sí! -Ahora con toda seguridad.

-Ahh, pues aquí es la parada; ¡ahorita viene uno, no tarda!

-Entonces aquí me quedo...

-...Aquí espéralo, no tarda en llegar.

"La diferencia entre tratar con perros y tratar con humanos" sentí.

Me quedé recargado fuera de la tienda, en un pilar de cemento a esperar mientras veía horrorizado a los perros que estaban en la otra casa. Uno era el perro de este hombre y los otros, los 2 o 3 de la casa de cerca; separados por un portón blanco de barrotes, podían verse las caras y se estaban ladrando tan cerca que si no fuera por mis malditos ojos (ahora son ellos los culpables, ¿no?) podría decir si sólo estaban describiendo la muerte del otro a gritos o se estaban mordiendo sus bocas.

Los perros de atrás decían cosas como "¡Acábatelo!", "¡¡¡Mátalo!!!", "¡¡¿Qué pasa?!!", "¡¡¡Ven acá y te daré tu merecido, seas quien seas!!!".

Un carro llegó de la calle, dio la vuelta en la esquina y se detuvo frente a la tienda a registrarse. El hombre que me atendió se reunió con él con libreta y pluma en su mano, ambos cruzaron un coctel de miradas y palabras para luego dar un vistazo a la libreta y al dedo del señor que me atendió, el cuál señalaba cosas en las hojas de aquella libreta.

Yo, que me había subido al carro cuando éste llegó, pensando en una pronta marcha, me bajé de él. Compré un jugo para no quedar muy trepador y esperar a que el conductor y el señor terminaran sus asuntos y echaran en marcha la máquina.

Al estar eligiendo el jugo (uno barato y chico) un joven de veintipocos años coincidió para ayudarme a elegir el jugo (preguntándome que como cuál quería) hasta que me decidí por un Jugus que era lo más barato que había. Lo pagué y cuando estaba guardando el cambio y el jugo, me dirigí al joven que estaba a un lado mío:

-Tú eres Chigo, ¿verdad?

-Sí, ¿cómo sabes? -Contestó una voz suave.

-Dabas clases en el ITECIA.

-Ahhh -asintió recordando aquellos tiempos de hace unos 3 años-. ¿Quién eres?

-Mucho gusto -Fue más una disculpa por no haberle hablado cuando lo vi al llegar a la tienda.

-Sí -respondió a la mano que cordialmente le tendí- pero, ¿quién eres?, ¿de dónde te conozco?

-Te tengo en mis contactos.

-Ah, ¿cuál eres?

-daril555.

-Ahh... -su mente divagó -este... ¿Darío?

-Sí.

El carro estaba por arrancar y todos ahí conocían mi interés por subirme a un carro.

-Ya se va el carro...

-...Bueno, ya me voy, nos vemos.

-Aja, sale.

Me subí al carro.