jueves, 20 de julio de 2006

La Rueda de la Fortuna (segunda parte)

En capítulos anteriores:

Seguí la calle que pretendía ser la "C Salas" e iba viendo lo números.

...

El paisaje se tornaba atractivo: yo, como trotamundos parado en medio de las dos vías, a mis laterales pequeñas elevaciones cubiertas de pasto y en frente la autopista y carros pasando a veloces prisas

...

Seguí las vías un tramo más hasta que di con el puente aquel y seguí caminando entre las vías

...

el olor que venía me daba motivos para caminar equilibrándome sobre los carriles y poniendo atención al camino para no toparme con ningún animal muerto, o muriéndose.

-¡Dónde chingao acaban estas pinches vías!

...

Morir destazado y devorado por una jauría de perros celosos de sus terrenos

...

-...¡Hey!... ¡No me hagas esto!...

"¿Hey quién?, ¿no me hagas qué?"

-...¡Hey!... ¡No me hagas esto!...

...

-Ahh, pues aquí es la parada; ¡ahorita viene uno, no tarda!

-Entonces aquí me quedo...

...

-Tú eres Chigo, ¿verdad?

-Sí, ¿cómo sabes?



El carro arrancó. El ruido del motor y el pronto avance que se propiciaba me brindaron seguridad: saber que una máquina bien protegida, rápida y con un rumbo que conocía como los rines de sus llantas subieron mis ánimos mientras me burlaba mentalmente de los peligros a los que había sobrevivido.

En 20 minutos estuve a punto de ser devorado por unos perros, socialicé con un desconocido que sí conocía y me subí a un carro. Realmente estaba feliz de la vida. Me sentía como un hombre amante de la vida: había escalado mi Éverest.

Una sonrisa se esbozaba en mi boca y creo que mis ojos brillaban.

De pronto, en el ambiente microbusero en donde yo estaba, siendo el único pasajero, se fue oyendo un sonido muy familiar: J'en ai marre, de Alizée Jacotey. ¡Vamos!, que con penita pero admito que es mi amor platónico :#)

Tan alegre estaba de haber sobrevivido a todo aquello que comencé a bailar la canción con mis manos, golpeando mis piernas y luego podía cualquiera verme cantándola, claro, en voz más baja y moviendo más los labios a modo de fonomímica (está bien que tuviera regocijo pero tampoco es para que me pusiera a hacer cosas como los bailarines de VH1). Mi cara alegre, mis manos tamboreando al ritmo de Alizée y mis labios moviéndose al son de una canción femeninamente francesa mientras mis ojos brillaban asombrados ante imágenes de todos tipos que desfilaban frente a mí: perros, vías, Chigo, la radio del chofer...

"Bam ba-da bam-bam"
"Ba-da ba-da bam-bam"
"Ba-da ba-da bam-bam"
"Ba-da ba-da bam-bam"

"Bam ba-da bam-bam"
"Ba-da ba-da bam-bam"
"Ba-da ba-da bam-bam"
"Ba-da ba-da bam-bam"

¡Pero si hasta orgulloso me sentía!

"[...] hace unos minutos estuve a punto de ser brutalmente masacrado por la dentadura de varios perros en un lugar desconocido [...]"

"[...] proseguí hasta llegar a un camino sin salida a riesgo de ser tachado de delincuente asomándome en la noche al complejo vestido de negro y con una mochila aún más negra [...]"

"[...] Todo señalaba a un camino sin salida ante el que no sucumbiría [...]"

"[...] momentos después estaría abordando un carro que me llevaría directo al cielo [...]" pensaba como si lo estuviera escribiendo como entrada en el blog. En esencia, el carro era lo contrario de Caronte.

"[...] minutos después estaría sentado descansando mis piernas en un transporte que a mí me parecía cómodo, escuchando la canción completa de Alizée, la que más me gusta [...]" seguía hablándole a un lector inexistente.

"[...] ¡Cómo da vueltas la vida! Rueda de la fortuna: unas veces se está abajo y luego de vez por encima de los que estuvieron sobre ti[...]" Anteriormente había reflexionado sobre el sentido del nombre de aquel juego pero hasta ahora lo había vivido: yo, descansando en un carro hacia un lugar verdaderamente civilizado, y los perros, dominantes antes, los veía ahora como aquellos animales que, yo yéndome a mi cielo, se quedarán ahí por siempre.

Estaba en el infierno y las almas me molestaban de todas las formas posibles hasta que el hermano de Caronte vino por mí (mi Virgilio) y me guió hasta el cielo, mientras veía a Farinata degli Ubertti y a otros condenados por Dante inmortales en medio de la desolación: maltratos por parte de sus dueños, donde su vida son unas vías llenas de basura y una noche en la que su vida es ladrar a quien vean. Quizá era un intento animal por pedirme que no me vaya, que soy algo que los hace salirse de su rutina y ponerle algo de emoción: dejar de probar basura y carne de otros perros para deleitarse con un manjar extranjero.

[Los] Pensamientos quedaron atrás. Yo estaba en el carro y el hecho era ese.

Pronto el carro se fue llenando de gente que veía mis ojos encendidos de alegría, mis labios moverse obviamente a la letra de la canción y otro gesto que estaría haciendo.

Ni me importaba.

Si Leonardo Fabio dice "Mi tristeza es mía y nada más", yo digo "Mi alegría es mía y nada más".

Después recordé que traía mi jugo frío listo para ser tomado.

El viaje fue... ¡De Maravilla!



Cuando llegué al Centro, con la idea de la vacía Insurgentes Nte y los varios puestos cerrados que había en camino por la Justo Sierra, creí que iba a verse algo desolado, olvidando que el Centro era el Centro. En fin, llegué al Parque Independencia, la joya del Centro.

Caminé viendo a todos lados, como forastero que viene de tierras lejanas a punto de morir por coyotes. En su apabullante actividad nocturna se encontraba: personas por todos lados caminando de aquí para allá, globeros sonrriéndole a todos, las tiendas de ropa a los lados, tiendas de zapatos, de helados, el quiosco, novios y más novios, familias...

Caminando y viendo a todos lados, logré ver a una amiga del colegio, que luego me platicaría que ahí trabaja en vacaciones, me sonrió y me saludó. ¡Qué maravilla encontrar a alguien ahí!

Seguí caminando y vi en frente una clase de evento ni supe de qué: varios niños bailando alguna danza regional (no me atrae el folklore, ni siquiera la palabra misma) y varias personas rodeando en círculo al evento. Una joven anunciando los bailes con un micrófono y varios sonriendo de admiración al ver a aquellos niños de entre 8 y 14 años bailar.

Un señor (no sé si desconocido o familiar) salió del circulo de gente, pero para meterse a bailar con una niña de 14 años (quiero creer mejor que fue su hija, para no arruinarlo) y los espectadores sonrieron aún más maravillados por la exposición del señor ante todos.

No pude más que quedarme a ver y sonreir como todos lo estaban haciendo.

Proseguí mi camino hasta que dejé el parque y seguí por el Centro que, aunque aún con gente, no era lo mismo que las luces y árboles y fiesta en el parque. Proseguí hasta llegar al río, donde debería comprar una edición atrasada de Vértigo, si no fue porque estaban ya cerrando los de los puestos.

Crucé del otro lado a la orilla del río para esperar el carro para ir a casa. Fue entonces cuando entra en acción el primer párrafo que escribí en el post pasado, que es el cimiento de lo que ahora publico.

-No... puedo... creerlo.

Me repetía, al tanto que sentía mi sangre acelerada. Fueron minutos de indecisión hasta que comprendí lo que pasaba.

- ¡Maldición! ¿Quién lo diría de mí?

Volví a cruzar la calle para el puesto de revistas pero con más prisa y pasé de largo rumbo al parque.

-¡Wow! ¡Jamás me imaginé algo así! ¡Dios mío! ¡Soy un vago!

Estaba asimilando mi nuevo descubrimiento...

-Necesito estar con todos ellos, mi casa puede esperar, pero... ¡Soy un vago! Creo que es mi realidad y debo afrontarla: me estoy empezando a descubrir.

Y es que sentía la necesidad de volver a aquel lugar tan agradable, ¿o será un inconsciente gesto de agradecimiento para con aquel lugar, que me hizo sentirme seguro de cualquier temor que hace media hora sentía?

Es pues que llegué, rondé unos minutos y luego decidí que era hora de irme, pero como nunca vuelvo por donde vine (inclusive para volver al parque tomé otra ruta) caminé hacia otra dirección del parque hasta llegar a la calle que está junto a él que es donde pasan los carros que vienen del río.

Quedó esperar un Naranjito para ir directo a mi casa.

Llegando, mi familia estaba viendo tele, era la hora de la cena, la computadora me esperaba. Mi madre me preguntó con curiosidad que por qué había llegado tan tarde y le tuve que contar que salí a buscar un trabajo en un motel pero que no di con él (no me gusta comentar sobre las cosas productivas que hago). Cuestionó el nombre y le dije "Motel El Cielo".

-¡Ahh! Ya sé donde está.

Me empezó a explicar lo sencillo que era partiendo de donde estaba (el puente de las vías de La Bomba, no al que llegué siguiendo las mismas, sino de donde partí. No entendí muy bien pero sí que era sencillo y que estaba a la vista.

Al parecer he descubierto algo que de niño negaba que me fuera a pasar cuando grande y que a los 14 o 15 años todavía dudaba: Soy un ruin vago que busca cualquier oportunidad para salir de su casa y caminar.

En los días en que yo era pequeño (8 años y menos) mi mamá me decía que las personas como yo, que de chicas no les gusta salir a ningún lado, de grande van a andar a las vueltas y les va a gustar salir a pasear. Para ese entonces, y hasta estos días, no sabía si creer o no.

Pude comprobar en carne viva lo turbulenta que puede ser la vida: si quiere, te sostiene en su mano, te da de comer y te acaricia, pero antes de que termines de masticar el banquete que te propicia, te toma del cuello con coraje y te arroja a un mar de lágrimas y fuego.

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