miércoles, 19 de octubre de 2005

¿Quién es ella?

Recuerdo (y muy justificadamente) cuando iba en tercero de secundaria...

Estaba sentado en las gradas con mis amigos en medio de un escandaloso receso. Era martes y había unas niñas del 1° C que iban a Educación Física al terminar el descanso, y apropósito de eso voy a hacer una síntesis de una historia que creo tiene que ver con mi primera impresión de... leamos primero.

Se estaba haciendo un concurso entre unos artistas, el objetivo era el siguiente: pintar un cuadro en el que se represente la paz en su estado puro; en el cuadro debía estar plasmada la verdadera paz y la tranquilidad. Varios artistas hicieron el intento y se fueron eliminando poco a poco los cuadros hasta que sólo quedaron dos: el uno era de un campo tranquilo, un cielo azul claro, nubes aparentemente sin movimiento, se podía sentir el silencio y la calma que había en ese cuadro, perfecto para alguien que se pusiera a practicar yoga. El otro cuadro era de un cielo anaranjado con negro y varias tonalidades oscuras, una imponente cascada que caía desde unas colosales rocas hacia un tempestuoso caudal, mucha prisa entre los animales, vientos que azotaban los árboles, nubarrones enormes y rayos que caían destrozando lo que a su paso daban. El juez del concurso observó detenidamente cada una de las pinturas y dio el primer lugar al segundo cuadro, al de la naturaleza sin tregua (uhmm, "Naturaleza sin Tregua", perfecto tema para un libro, poema o canción), y como obviamente todos se preguntaban por qué, el juez hizo una observación que fue la que hizo llegar al artista tan lejos: entre ese tumulto de ruidos y movimientos, guerras y destrucción, tras la rugiente cascada, se encontraban unas simples (y casi insignificantes) manchas de pintura: una flor desnudábase de su capullo para desplegar sus pétalos nacientes, ignorante crecía sin prestar atención en lo que ocurría a su alrededor: esa era la paz: en uno mismo, sin depender del entorno.

Y entre el tumulto de los chicos que jugaban fútbol, bajo el sol y a espaldas de los y las jóvenes que iban de un lado a otro, haciendo caso omiso de mi inquieta prescencia, burlándose de todo destino, se acercó a las gradas una niñita de las de 1° C. Ella no tenía ningún cuerpo exhuberante, ni una sonrrisa cautivadora, sino por el contrario, era de estatura baja, muy delgadita, blanca como la nieve, con unos ojos negros, el cabello acomodado por una simple cola, un sueter rosado (para el calor que hacía) y una mirada indiferente que veía el color que no existe.

Yo dejé de mirar a no sé dónde para enfocar mi vista en ella. Le dije a mi amigo: "Oye, a estas alturas del ciclo escolar ¿no te parece que esa niña anda muy solita?" y él soltó una pequeña carcajada diciéndome que yo era un sátiro y un pervertido, comentario que provocó en mí una inevitable... risa. Le dije que no, que ella ya debería tener amigos. Me quedé apreciándola varios instantes hasta que terminó el receso y tuve que ir a la clase de matemáticas.

Pasaron unos 2 o 3 meses y yo me había olvidado de ella, inclusive al día siguiente ya tenía mi vida corriendo normalmente. Mas, ¡ay, trajedia y sublime desventura! Estaba caminando cuando la encuentro sentada en unas bancas, bajo la sombra, tranquila, solitaria y sin hablar con nadie, sin nadie a su alrededor.

Me cautivé. Me cautivaron esos ojos negros que brotaban como pasas en un helado de nieve con cono rosado. En todo el día no dejé de pensar en ella, e inclusive le conté a mi amigo que había visto a la niñita otra vez, desde hace ya un tiempo; aunque tuve que hacer un gran esfuerzo para que él se acordara.

Desde ese entonces y para el siguiente tiempo, casi siempre pasaba una parte del receso buscándola, no para hablar con ella (hasta ahora nunca lo he hecho), sino sólamente para mirarla. Para mí, mirarla era encontrar una fuente en el desierto, donde el agua fresca y cristalina empapando el surdor del forastero le dice que, por más extenso que sea, el desierto tiene un final, que nada aquí es perpetuo.

Siempre que la recordaba en la escuela me preguntaba: "¿quién es ella?, ¿quién es ella, que en mis pensamientos forja un imperio?, ¿quién es ella, cuyo destello entre la oscuridad me alumbra?" y ese tipo de preguntas. De hecho un día comenzé un poema pero por falta de desición sólo llegó a dos simples y escuetos versos.

No la vi muchas veces, pero siempre que la lograban mis ojos vislumbrar estaba sentada en una de las banquitas bajo un árbol que daba sombra; el qué hacía ahí es algo que me intriga y que de buena gana desearía saber, quizá hacía su tarea, ¿o serán sus pensamientos los que la ocupaban?, no lo sé.

Es pues, que, aunque no siempre la veía, hay que entender que no todos los días se puede hallar agua en un desierto, pero cuando se obtiene, se congratula nuestro ente de beberla.

Tan pequeña, tan tierna, tan frágil. Aquella mirada tan paciente que parece retar el tiempo, aquel paso tan suave y capaz de forjar nuevos senderos, aquel sueter rosado, la hace ver tan bien. En ella no hay ninguna ropa a la moda, no hay palabras modernas ni fijación obsesiva por los demás muchachos, creo que es eso lo que encoje mis hombros, flajela mis problemas y domina mi mirada.

Había días en que lo la veía, días consecutivos que pasaba sin apreciarla, hasta que noté que eran ya demasiadas semanas sin saber nada de ella, nada de su sueter rosado ni su enorme mochila. Le pregunté a una chica que iba en su mismo grupo y me explicó las razones por las que no podía venir, de hecho, eran las razones por las que ya no iba a la escuela, pues dejó de ir como a mediados del ciclo.

Afortunadamente logré conseguir, por lo menos, su nombre: Mara Isabel.

Y así quedé, me tuve que hacer la idea de que quizá no la volvería a ver sino hasta que el tiempo me propusiera una tregua.

Hoy en la madrugada tuve uno de los sueños más espléndidos como los había tenido en años:

Por alguna razón, yo estaba buscándola. Seguí a varias chicas que iban saliendo de la escuela hasta muy lejos, pero no logré dar con ella. Me sentí resignado.

De repende siento su prescencia, va por atrás de mí y da un choque porque yo estorbaba en la acera. Volteé y me di cuenta de era ella, y que además iba llorando, y con ella iba su madre. Por alguna razón yo sentía que su madre era la causa del llanto, pero no sabía qué era exactamente.

Iba a agarrar un taxi para ir a su casa, entonces yo aproveché para subirme al taxi y decirle al taxista que por ahí me llevara a mi casa. Su madre iba en frente y nosotros dos íbamos atrás, yo a un lado de ella, la comenzé a mirar y me di cuenta de que no era la misma tímida de antes: ahora era más jovial, había cambiado su sueter rosa mexicano por uno gris y se lo acomodaba muy a la moda. Estaba yo prendido por ella, tanto que la vi tan concentradamente que me fue imposible fingir cuando ella volteó. Yo bajé la mirada y me agaché para esconder el rostro. Me dijo que no valía la pena, que ella ya lo sabía, yo la volteé a ver y ella sonrrió.

Fueron varias escenas que llegaron a mi mente como una lluvia de chispazos de electricidad: en el taxi, yo la abrazaba a ella: rodeada por mis manos yacía sonrriendo sobre mi pecho, en otro destello me vi platicando con ella en un parque, abrazados, ella estaba feliz y yo también lo estaba con ella. Una verdadera utopía del amor.

La escena cambió: ya no estábamos en el taxi, ahora yo estaba por agarrar una lancha para ir a Capoacán, no sé por qué hice eso ya que yo no tengo nada que ver con el otro lado del río.

Sentí un llamado de atrás. Crucé la calle y llegué a su casa, no recuerdo bien cómo era, pero sí sé que estaba en la calle paralela a la orilla del río: el portón eran unos barandales blancos y con aspecto de limpieza. Ella me llamó y yo fui.

Entré a su casa. Salió alegremente y me dijo que me iba a presentar a su madre; la madre, visiblemente desde afuera recostada en una amaca, notablemente enferma. Se levantó con dificultad y acosada por una tos infernal, como si se estuviera muriendo. Estaba muy delgada y anémica. Me extensió la mano y emotivamente la saludé:

"¡Mucho gusto!"

Aparecieron entonces tres perros, de distintas razas, tamaños y colores, su madre me dijo que no los tocara, me dijo que estaban enfermos, me explicó la causa pero la olvidé, pues creo que era un invento paralelo de mi sueño.

Aparentemente Mara era la única persona sana de su familia, pues su madre y sus mascotas estaban mortalmente enfermos de enfermedades tanto extrañas como progresivas y angustiantes. De su padre no supe nada, nunca lo vi ni lo sentí. Por mí no había ningún problema, pues yo amaba a Mara y todo lo que se relacionara con ella me agradaba.

Esa mañana me levanté de muy buen humor, aun teniendo aquellas imágenes y emociones muy presentes, y por más problemas que me aguardaban en la escuela, no fueron impedimento para que me recostara otro rato más en la cama esbozando una sonrrisa de muy buen humor.

¿por qué he soñado hoy con ella, si no la he visto desde hace muchos meses?
¿qué significado tenía ese sueño?

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