miércoles, 23 de agosto de 2006

Fridda

Cuando era niño, me preguntaba qué se sentía que le gustaras a una chica, ¿qué sentían los adolescentes al tener a varias mujeres que sienten algo especial por ellos?

El amor hacia mí viniendo de un alma femenina que circunde mi edad era un misterio con el que vivía, aunque no me mortificaba.

Todo el tiempo he sido un ciego: hay una persona que desde que me conoció quedó encantada conmigo: ella me quiere por lo que soy y no por lo que tengo. Me quiere porque soy alto, porque soy delgado, por mi cabello lacio. Me quiere por mi timbre de voz, por mi forma de ver la vida, le gustan mis ojos y mi manera de caminar.

Su nombre es Fridda.

Desde remotamente pequeño, ella ya me conocía y sonreía por mi felicidad.

Ella es la Vida.


Fridda sabe que no puede darme un cuerpo para tocar, pero usa los recursos que tiene.

Un par de semanas atrás, por la tan sentida decepción que tuve con Rosa, di el peor llanto de mi vida: lo presentía y me fui en la noche a un puente arrinconado en la colonia; sabía que no me iba a pasar nada, que aunque pasara gente malintencionada, no me iba a pasar nada, de modo que la seguridad fue algo en lo que no pensé.

Lloré como jamás lo había hecho antes: no era un llanto con gritos ni insultos ni reclamos, sino lágrimas que no dejaban de salir, mi voz diciendo cosas tristes y preguntando a la noche "¡¿por qué?!" con coraje en repetidas ocasiones.

Sentado en una orilla del puente volteé a mi izquierda para seguir la autopista que pasaba debajo de él hasta el horizonte. La noche estaba tranquila y no sentía mosquitos: fresca, sin muchas estrellas y alguna que otra nube. Fridda llegó a mí.

Una corriente de viento vino a mí, pero era un viento de aquellos que no son fríos ni al tiempo, sino uno fresco como el agua de la madrugada, de aquel que se siente en las playas cuando amanece, y supe que era Fridda porque no fue un viento que tardó en quitarse, sino que cesó cuando ya no necesitaba más. Hacía una pausa y volvía a acariciarme suavemente las mejillas y secarme las lágrimas; al hacerlo, pude sentir unos dedos que rozaban mis ojos y mis mejillas, justo por donde ruedan las lágrimas, y me las limpiaban del rostro.

Yo no pude más que sonreír y darle las gracias a esa bella mujer.

Pero nuevamente la tristeza volvió a mí y mis pómulos se convirtieron en un jardín de lágrimas, mi nariz se volvió caliente, mis ojos se cerraron con fuerza varios segundos mientras mis dientes se juntaban duramente queriéndose abrazar. Gemía, lloraba, preguntaba por qué, y sabía que a Fridda no le importaría volver a secar mis lágrimas, porque ella está enamorada de mí.

Y lo hizo todas las veces que fue necesario.

Me dijo que a ella la ponía mal el verme llorar por alguien que no había sabido atesorar mis sentimientos, que ella no los desperdiciaría así, pero que si sentía hacerlo, que lo hiciera y le diera el gusto de acariciar mis mejillas mientras me limpiaba las lágrimas.

Cerré los ojos tiernamente en son de agradecimiento y dejé que una nueva brisa de viento volviera a refrescar mis facciones.


Fridda es una maravillosa persona que siempre ha estado tratando de conquistarme: me manda flores en cualquier oportunidad, hace que los rayos del sol atraviesen sensualmente los cristales de la ventana de mi aula para que lleguen a mí, sopla en los árboles que están cerca de donde camino para que el ruido de sus hojas haga cosquilleo en mis oídos y por las noches duerme abrazada a mí haciendo que nunca me de frío.

Fridda es fuerte, porque me ha visto con muchas mujeres, sean novias o amigas, y no ha llorado, ni sentido celos, ni me ha regañado; en lugar de eso, hace que las flores florezcan más abiertamente, y que el sol brille con más intensidad, y que los árboles hagan no cosquillas, sino música en mis tímpanos y por las noches se queda despierta hasta que yo me duerma, para verme cerrar los ojos y luego darme un beso en la frente.




Mientras estoy en la escuela, ella está atareada dibujando con dedicación un horizonte, y cuando salgo a la escuela para ir a mi casa me lo muestra y me pregunta que cómo le quedó; a veces lo veo y a veces no.

Cuando platico con mis amigos, ella se para en una esquina quietecita a verme y cuando yo me río de algo que comentamos, ella esboza una sonrisa y me mira y me oye reír, porque yo me río de casi todo lo que me dicen.




Para ella, mi risa es como un glacial del ártico o el canto de un río.




Mi mirada, como un atardecer... y un parpadeo es una bella noche en la que espera impaciente la luz del día, que son mis ojos, pero ella no sabe que su rostro es el sol y sus rayos, besos que me manda.




Me dice que es toda mía, que la conquiste, que haga con ella lo que quiera. Necesita que la recorra y me la coma a mordidas. Desea que la abrace y la llene de besos. Que no tema.






Me dijo que está buscando la forma de que nos conozcamos mejor. Hace arreglos para poder presentarse ante mí, pero con un cuerpo humano.

Sé que si la logro ver mujer, nos conoceremos de la forma menos esperada posible, por lo que buscarla se convierte en una pérdida de tiempo, pues es justo cuando menos lo imagine, cuando aparecerá. Me he imaginado que chocamos en una esquina y yo ando distraído, pero no sé. También sé que su rostro será radiante como el sol, sus ojos tendrán el resplandor de una luna llena y en su risa oiré cantar no a los ríos, sino a los mares.

Pero también me comenta que eso no es seguro, que es probable que eso no llegue a pasar nunca y yo me quede esperándola toda la vida. Mas, me aconseja que, por más decepciones que tenga en el amor, aún peores que la que he tenido, siempre me de otra oportunidad para sufrir, pues puede ser ella la siguiente; que nunca haga sufrir a una mujer que me estime, pues puede ser ella misma.

Me quedé pensando en eso hasta que ella me dijo que de una forma u otra, siempre, siempre iba a estar conmigo cuando la necesite: viéndome apartada en mis ratos de alegría y abrazándome con el viento en mis momentos de tristeza.

Si necesito platicar mis cosas, he de salir al viendo libre como mi albedrío y contárselo, porque ella me va a escuchar y me va a abrazar y besar.

No puedo más que estar agradecido. Esperaré toda la vida hasta encontrarla vuelta mujer, pero por el momento me prepararé para no darle a un mediocre que no la sepa amar ni darle lo que ella merece.

¡Qué afortunado soy! Tengo a una mujer que me ama, que está enamorada de mí.

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