sábado, 14 de mayo de 2011

Una nueva vida para mis dos perros

Los saqué al aire libre un rato, a las 11 y 15 aproximadamente, no tiene mucho. Los vigilé un buen tiempo para que a Canela no la montara ningún perro o al Rufo algún perro grande se lo quisiera quebrar. Luego oí ruidos en mi casa, parecía mi madre quebrando alguna cosa o algo así. Más tarde entendería que era una reja de huevos a la que le estaba quitando una coraza de plástico protectora; dos rejas en realidad.

Me aproximé a la casa para ver qué hacía, y si necesitaba ayuda con algo. Dejé de oír los ruidos y me dispuse a ir al callejón para ver si habían algunos vagos grafiteando la barda o algo así.

Estaba en mi portón, en medio, y caminaba hacia el callejón, cuando veo que un carro viene de la calle de arriba; volteo a buscar a los perros para ubicarlos, y los vi en la acera del otro lado de la calle, donde se supone debían estar. Aborté la otra misión y me quedé estudiando esa escena: lo único que tenían que hacer era no moverse hasta que pasara el carro.

El carro ya venía por el tope y vi que Canela me volteó a ver, luego Rufo.
El auto estaba a medio cruce del tope y ellos me veían con aquella atención profusa que adquiere un perro cuando te queda viendo con detenimiento.

Dije: si les hablo o digo cualquier cosa, lo interpretarán como que les estoy llamando y comenzarán a correr y probablemente lleguen sincronizados con el carro; si me quedo quieto quizá me presten atención hasta que el carro pase, solo necesito 2 o 3 segundos de eso. ¿Correr? No me daría tiempo de llegar a ningún lugar.

Era consciente de que desde que el carro estaba allí a medio cruce del tope hasta que pasara solo se necesitaban unos 3 segundos.

El carro terminó de cruzar el tope y avanzó. Por la suma de todas las circunstancias sabía que el conductor no había tomado nota de la presencia de los perros.

Al momento en que aceleró los perros comenzaron a correr. Las luces del carro iluminaban el camino que estaban a punto de pisar y yo, como espectador concentrado en los últimos segundos de un partido de baloncesto, daba pié a la idea de que aquella luz los hiciera detenerse, pero ni siquiera le prestaron atención a la luz y siguieron avanzando hacia mí. Rufo unos 10 o 5 centímetros con ventaja de Canela.

Vi como avanzaban en sincronía con el automóvil para llegar justo a tiempo, como si ambos lo hubieran estado planeado con tiempo para mí.

El carro naturalmente no vio a los perros hasta que éstos se atravesaron, tan cerca que no le dio tiempo de frenar a tiempo. Vi cómo Rufo y Canela no detuvieron ni decrecieron la velocidad de su trote ni un solo instante. El carro intentó frenar, pero eso ocurriría un prolongado medio segundo después, y terminó de frenar un metro después.

-¡¡Muévanse!! -les dije en voz alta extendiendo mis manos, como quien regaña a algún gringo por esa manera tan estúpida que tienen de actuar en sus películas de terror.

Mientras veía que ambos perros y el carro se aproximaban a un lugar y momento en común, pude ver a Rufo agachar su cabeza, no sé por qué, y luego las llantas del carro pasaron por encima. No vi cómo ocurrió con Canela.

En mis adentros exclamé, sin gritar tampoco:

-Aquí acabó Rufo.

Porque era el que venía con más voracidad y el que le llevaba unos centímetros de ventaja a Canela.

Vi cómo al auto no le dio tiempo de frenar y siguió su marcha 1 metro más adelante.

Pensé, en ese segundo también, que era la primera cosa que veía morir. A ningún ser humano ni a ninguna de mis anteriores mascotas había visto morir antes, más que en sueños pero de manera simbólica como se puede ver en mi blog de "Mis pesadillas".

Pensé también, mientras las llantas pasaban por la altura de Rufo, cómo lo iba a encontrar después de que otro largo segundo transcurriera: con el cráneo y la cabeza rotos y desfigurados y llenos de Sangre. Fue la llanta que estaba del otro lado la que le tocaría, es decir, la llanta derecha delantera del auto (que venía de derecha a izquierda con respecto a mí) así que no podría verla, pero calculé que cuando pasara, Rufo tendría la cabeza en medio. Quizá el cuerpo, pero le aposté más a la cabeza. Con Canela no hice ningún pronóstico porque no sabía si le iba a tocar la otra llanta o si por los escasos centímetros de distancia iba a llegar a reaccionar al oír el grito de Rufo.


Sin embargo, no escuché ningún grito, ningún rechinido, ningún hueso quebrándose. ¡No escuché nada!

"¡Qué había pasado!" fue la duda que tuve.

Brevemente diré que desde que el carro aceleró después de cruzar el tope y hasta que frenó 1 metro después de Rufo, solo transcurrieron DOS segundos. Quizá podríamos darle una oportunidad de unas cuántas décimas más, pero no creo que llegara a alcanzar los 3 segundos. Los 2 y medio quizá, pero no más. Así que todo lo que he estado narrando a partir de que el auto cruzó el tope hasta que frenó, ocurrió en los dos segundos.

Había pasado el primer segundo y el carro estaba terminando de frenar. Yo recapacitaba en que no había escuchado ningún sonido, lo cuál me tranquilizó por una centésima de segundo, pero no tenía más información.

Volví a hacer cuentas: recordé al Rufo acercándose y al carro pasando cerca de él, y fui realista: a la velocidad y distancia que iban ambos, la llanta delantera del carro debió agarrar a Rufo por la cabeza exactamente, o bien por la mitad del cuerpo con el margen de error de mis cálculos, pero siempre pensé en su cabeza.

Después acepté la evidencia de que ningún ruido significaba que el Rufo seguía vivo. Después me planteé: ¿por dónde va a salir?

Durante un muy breve período de tiempo imaginé el hecho de que Rufo se hubiera detenido ANTES de que la llanta pasase, pero hice cálculos muchas veces y en todas lo terminé descartando. Hasta ahora que ya pasó todo sigue sin encajar que se hubiera detenido antes, ya que su velocidad era constante y nada corta para el tipo de evento que se estaba suscitando.

Supuse que de alguna manera había logrado sobrevivir abajo del carro, entre las llantas, y lo vería salir por la parte trasera del carro cuando éste avanzara.

Fue grande mi sorpresa al verlo salir del otro lado del carro, no debajo, sino del otro lado con respecto a mí, a él y a Canela.

La primera teoría que llegó a mí fue que ambos habían frenado y el carro había pasado antes, después tomaron carrera para rodear el carro y llegar a mí.

Los 2 segundos habían transcurrido ya.

El tiempo volvió a su forma natural para mi cerebro y vi cómo el carro frenó solo medio segundo y luego volvió a avanzar, quizá porque había notado que no mató a ningún perro y quería continuar, o porque no pensaba quedarse a verlos muertos.

Los perros siguieron cruzando la calle mientras yo los veía molestos diciendo en voz baja, para mí:

-¡Perros ESTÚPIDOS!

Fue una reacción de molestia, puesto que sabía que ellos no tenían la culpa de nada.

Al llegar a mí y alzarse para tocar mis muslos con sus patas delanteras solo los hice a un lado con mi pierna derecha; con una dosis de molestia pero cuidando de no herirlos.

Me dispuse a terminar mi faena: llegué al callejón, vi que no había nadie y volví.

Aún no me ponía feliz, faltaba poco para eso, pero sí me sentía afortunado de que no hubieran muerto.

Fui a contarle a mi madre en la cocina lo que había ocurrido. Mientras lo relataba notaba que yo me iba poniendo nervioso, la voz y el cuerpo me temblaban ligeramente: me encontraba exaltado.

Los dejé afuera un poco más de tiempo, vigilándolos. Ya los había vigilado desde que salieron, todo ocurrió en los segundos que crucé la calle de vuelta a mi casa y luego ibas al portón.

Los metí y seguí algo animado, pero ya me había tranquilizado y me sentía feliz, los veía ahora con felicidad. Era consciente de que pudieron haber muerto, o al menos Rufo, y yo podría estar con mi madre en la escena del crimen, lamentándolo y quizá arrojando el cadáver al barranco donde arrojamos toda la basura orgánica. Llorando quizá, o muy triste, pero impactado.

Sin embargo estaba en el patio trasero de mi hogar, muy feliz de verlos a ellos.

¿Cómo estaban ellos?

Bueno, lo que ocurrió es que volvieron a nacer.

Cuando un ser humano está al borde de la muerte y en agonía, sea por el accidente o problema que sea, y se recupera después de dar por sentado que iba a morir, vuelve a renacer psicológica y filosóficamente, y siempre se da el hecho de que comienza a ver la vida de otra forma. Le resta muchísimo interés a las cosas materiales para centrarse en la naturaleza, en la magia de cada respiro y cada brisa de aire. Pero eso es porque es un humano y nosotros somos así.

Ellos son animales, seres inconscientes de la realidad e inocentes del significado de todo aquello que los rodee, tal como quedó demostrado cuando ignoraron por enésima vez la luz de algún carro que estuvo al borde de atropellarlos.

Ellos no sienten nada de un mundo nuevo ni de sentir el aire con más pureza. De hecho es algo que ellos hacen siempre, no es que ellos no sientan un aire nuevo, es que SIEMPRE LO SIENTEN, somos NOSOTROS los que no lo sentimos, y necesitamos que la muerte nos mire fijo por unos instantes para apreciar la vida.

Ellos estaban como estarían siempre: cansados, agitados de las carreras que se acababan de echar. Uno fue a tomar agua, después ambos se echaron respirando con agitación, boca abierta y viéndonos.

Luego se cambiaban de lugar bruscamente, seguían jadeando. No se habían enterado de nada.

Estuve admirándolos, apreciándolos y pensando en todo ello durante un rato. Los acaricié con el pié y ocurrieron muchas otras cosas más que no vale ya la pena narrar, pues al no haber final trágico, el resto de mi vida, de la de los perros, de mi madre y de todo aquel que lea esto, continuará con su curso normal sin sopesar nada en su consciencia.

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